José Luis Loarce

Con Permiso

José Luis Loarce


Horas contadas

27/10/2020

La vida se configura muchas veces, si no siempre, como un depósito de horas. Podrán ser más trepidantes o más lánguidas, más inteligentes o más torpes, pero nada más que horas. Horas que son medida convencional del tiempo y son a su vez tiempo que fluye depositándose en el fondo, como las capas de un hojaldre compuesto de légamo y sueños. ¿No son los arqueólogos quienes estudian nuestro pasado, quitando una y otra capa del subsuelo que cuadriculan, para saber lo que aquellos restos dicen de lo que fuimos? ¿No nos preguntan, hirientes, ‘cuántos caen ya’ cuando alcanzamos excesivos cumpleaños? ¿No cae la bola del reloj de Gobernación cada Nochevieja de la Puerta del Sol?
La métrica de las horas no es circular, aunque lo parezca, pero el hombre, edificado sobre las cosechas y las fases lunares, necesita creer en su circularidad, en el mito del eterno retorno. 
Sobre ese flujo de las estaciones que se van enhebrando con los días y las sensaciones personales, Josep Pla tiene un libro largo que tituló Las horas y que para él no era nada más que el dietario anual de un payés más o menos perdido en abstracciones culturales. En esas páginas he buscado cuando los días -como estos- son más pequeños, cuando «el crepúsculo de los días cortos y el frío de la tarde» produce más exacerbación de soledad, en palabras del solitario ampurdanés de boina calada. Días cortos (de luz) a los que desde el domingo han sumado artificialmente una hora para acortarlos más todavía: curiosa paradoja. Con la vieja excusa del ahorro energético, herencia de la crisis petrolera de los setenta, nos dictan ya horario de verano ya horario de invierno, a modo de fruta o moda de temporada, y nos indignamos -mansos y resignados- por el trasiego de relojes y oscuridades tempranas, para olvidarlo a los pocos días.
Pero la ironía de estos juegos de la edad tardía, con permiso de Landero, es asistir a cómo las horas cambian a la vez que se intercambian, en una danza extraña, no sé si macabra, con esas otras horas pandémicas bautizadas por los gobernantes -a expensas de un nuevo estado de alarma- como ‘toque de queda’ nocturno (de 23 a 6), denominación con reminiscencias bélicas. Horas contadas y horas acotadas que se van sedimentando lenta e inexorablemente en la vida, recordando aquella célebre sentencia clásica: «Todas hieren, la última mata».