Juan Villegas

Edeumonía

Juan Villegas


La Ley Trans y el totalitarismo posmoderno

02/07/2021

Hay iniciativas legislativas que tienen una resonancia social excepcional y que no dejan de suscitar el vivo debate y la disputa política como así está ocurriendo con el recién aprobado por el Consejo de Ministros “anteproyecto de ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans y para la garantía de los derechos de las personas LGTBI”. Parece que, superadas las diferencias iniciales entre los dos grupos políticos que forman la coalición de gobierno y tras lo que parece haber sido una victoria  del equipo del Ministerio de Igualdad  (Podemos) sobre el de la Vicepresidenta Carmen Clavo (PSOE), se impone finalmente un texto que se fundamenta  sobre la ideología queer, de pensadores como la filósofa judeo-estadounidense Judith Butler o del filósofo español transgénero Paul Preciado, que se opone frontalmente al movimiento feminista, a la lógica de las cosas y al propio sentido común. Este anteproyecto abre muchos frentes y, sin descartar que pueda tener elementos positivos respecto a la regulación de determinas aspectos en beneficio de unas minorías que hasta ahora podían estar padeciendo determinadas discriminaciones o a las que se les podía estar vetando el pleno disfrute de sus derechos, presenta una serie de imposiciones propias de un totalitarismo posmoderno.

Uno de los principio que inspira el anteproyecto es el principio totalitario de aniquilación de la sociedad civil. Esto se lleva a cabo a través de un doble proceso, primero se eliminan todos los lazos civiles, desaparece la sociedad civil, para que luego lo político, el Estado, invada absolutamente la vida de los individuos. Por eso, en esta ley se pretende desvincular al menor de la familia, ya que los menores no necesitarán la autorización de los padres si quieren cambiar en el Registro Civil su nombre y sus sexo. Pero al mismo tiempo, el Estado a través del monopolio de la educación (dentro de poco, si no lo remediamos, la educación pública será la única que pueda existir) se encargará de tutelar el pensamiento del menor, de tal manera que si en algún momento entraran en conflicto las enseñanzas que el menor recibe en su casa con las que se les trasmite en la escuela esa familia tendrá que rendir cuentas ante las autoridades competentes (como sería el caso de un chico al que en casa le pudieran decir que esto de la ideología de genero es una ficción ideológica sin ningún tipo de sustento racional). El Estado se convierte en tutor y guía del menor e impone las ideas y valores que todos deben asumir. Ya lo dijo la ministra la ministra de educación, “los hijos no son de los padres”.

Otro principio a todas luces rechazable es el falaz principio posmoderno de la autodeterminación de género, planteamientos ideológicos queer, que desvinculan sexo (naturaleza) y género (libertad). Frente al feminismo clásico que defendía la diferenciación sexual entre hombres y mujeres al tiempo que lucha por la igualdad social y legal entre ellos, el principio de autodeterminación de género  borra los límites entre lo masculino y lo femenino y mantiene que no se es varón o mujer por naturaleza y que nadie nacería siendo hombre o mujer. El género se elige libremente, según ellos, es una construcción personal desligada siempre de la constitución biológica de la persona. Esto parte de la idea posmoderna de que los hechos o la realidad no existe y de que lo  que verdaderamente existe es lo que cada uno de nosotros piensa de la realidad, quedando así todo reducido a interpretación, interpretaciones todas igualmente válidas. Claro, que si admitimos este principio, ¿no deberíamos admitir también la autodeterminación de la edad?¿Por qué no desvincular también tiempo biológico de edad sentida? ¿No tendríamos derecho a que se nos  reconociese  la edad que realmente sentimos o queremos tener?¿Y qué decir con respecto a nuestras circunstancias históricas concretas (el lugar en el que hemos nacido, la familia, la época, el sitio donde vivimos…)?¿Por qué no pensar que si tenemos la capacidad para autodeterminarnos   podríamos hacer tabula rasa de estas circunstancias para configurar nuestra identidad a la carta de nuestros deseos? ¿Qué nos impide admitir la autodeterminación más allá del género? Y ¿qué sentido tiene entonces que en el Registro Civil conste nuestro sexo?, ¿no sería como si constara nuestro color de pelo o de los ojos?. Por el contrario, ¿no debería constar nuestro género elegido? Pero, el elegido, ¿cuándo? Y ¿estaría el Estado legitimado para registrar nuestro género? ¿No sería una intromisión en nuestra intimidad equiparable a como si nos pidiera que hiciésemos constar nuestras convicciones religiosas? Lo falaz de este principio está en la negación de nuestra condición de seres limitados, seres que no se dan a sí mismo la existencia, y en no querer aceptar que nuestra libertad no es absoluta sino que está sujeta a condicionamientos, los de nuestra propia realidad no elegida. Cuando la interpretación se despega de los hechos se convierte en fantasía o en locura.