Antonia Cortés

Desde mi ventana

Antonia Cortés


Su historia

30/09/2021

Camina entre las casetas de los libros. La tarde ya ha caído y en menos de dos horas la feria cerrará sus puertas. Miles y miles de personas simbolizan las ganas, el deseo de recuperar esa normalidad perdida, robada hace demasiados meses. Las mascarillas recuerdan que no hay que relajarse del todo, pero el bullicio, la propia alegría de la gente, borra ese recuerdo y lo difumina como una fotografía pixelada. 
Su paso es lento, como si quisiera saborear el momento: llenar sus pulmones del aire literario que respira y sus ojos de tantas y tantas caras conocidas, aunque las sienta tan lejanas. Ídolos que, como las estrellas fugaces, te conceden unos segundos para luego desaparecer.  
Camina a la busca de un hueco que consigue, y se detiene para acariciar esas últimas novedades que sabe que tendrá que seleccionar, por tiempo, por espacio, porque es imposible tener todo lo que a uno le gustaría. Lo sabe, porque desde niño la vida se encargó de contárselo. Hay cuentos y cuentos. Decidir, siempre hay que hacerlo, hasta los libros que formarán parte de su estantería ya repleta y que obliga a formar a sus pies columnas de historias diversas. Inventadas o reales. Suyas.
Le gusta leer, por el gran placer que supone, pero también porque en esas hojas encuentra la evasión necesaria cuando la tristeza se empeña en acompañarle. Necesita escribir, para sacar lo que su mente no para de imaginar, y porque mientras escribe olvida esos sentimientos que no quiere recordar. 
Y a la vez que sigue su paso, sueña con la posibilidad de que algún día sus relatos también atraigan las miradas de los que caminan. Relatos con esos arraigos conquenses, no manchegos sino andinos, que mezclan humor e ironía, que hablan de la vida y sus misterios. Colores y anhelos que se mezclan para crear curiosos personajes, como los que inmortaliza con su cámara. Personajes llenos de sensibilidad, la que, sin ellos saberlo, él les impregna.
Llega donde quiere llegar. Ella levanta la cabeza y responde a su saludo con una gran sonrisa. El reencuentro les hace pensar en el tiempo transcurrido sin verse, sin abrazarse. La alegría del momento se palpa como la emoción de un pequeño ante la fiesta de su cumpleaños. Las palabras empiezan a volar porque quieren saber y saber. Adentrarse en lo ocurrido y sentido en ese tiempo de distancia, ahondar más allá de lo que a primera vista se muestra. Y ella ve sus ojos, y cómo esa chispa de alegría deja asomar las primeras notas de una triste melodía. Y presiente que algo no va bien, aunque él intenta disimular. Quizá no sea el momento de hacer preguntas porque la soledad no acompaña en ese caminar lleno de gente. 
Es hora de retomar el camino de vuelta. Un adiós envuelto en ternura. Entonces, ella le regala otra sonrisa mientras le dice que abra la ventana, la de su corazón, para que pueda sacar y escribir otra historia: la suya.
 

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