Antonio Herraiz

DESDE EL ALTO TAJO

Antonio Herraiz


Al salir del túnel

02/10/2020

Javier Aranguren es de los pacientes de coronavirus que ha pasado por ese túnel oscuro cuyo destino final lleva a la muerte. Vio una larga galería, una oscura gruta que tenía muchos arbustos y en un momento, con pie y medio dentro y a punto de cruzar el umbral en el que ya no hay retorno, atisbó la luz. Aranguren es un joven filósofo que acaba de atravesar la barrera de los 50 años. Sí, joven. En la enfermedad, perdió 20 kilos y, por dos veces, le dieron por muerto. «En un momento, me encontré solo en el famoso túnel. Al terminar, me situé en un pueblo nevado, como si estuviera en el interior de Suiza. No hacía frío y se oía cantar a los niños. Tenía una sensación de plenitud y de serenidad total», me cuenta Javier, porque es de los que lo pueden contar. 50.000 de los nuestros no han tenido esa oportunidad. En ese lugar tan bello, tan idílico, escuchó una voz que le preguntaba si se quería quedar. Su respuesta, tan rápida como rotunda, fue que no.
El profesor Aranguren estuvo 45 días ingresado -la mayoría sedado e intubado- y atravesó una situación límite. Cuando ya llevaba unas semanas en la UCI en estado de coma, los médicos se plantearon pasarle a la unidad de cuidados paliativos, debido a su estado crítico. El bicho le había dado una dentellada cuando más débil se encontraba, después de someterse a la sexta sesión de quimioterapia para hacer frente a un cáncer de colon. «Apenas tenía defensas» y en esas el virus se apoderó de él. Recibió el alta hospitalaria el 24 de abril y lo vio como una oportunidad de lanzar un mensaje de esperanza a todos los que se meten en el túnel y no consiguen ver razones para salir. Para que el paso del tiempo no consiguiera edulcorar la crudeza de su experiencia, casi nada más llegar a casa se puso a escribir Mi nadir, que es el relato de su paso por el hospital y por cuidados intensivos. En oncología, el nadir es ese momento sin defensas; en cambio, en astronomía es el punto de la esfera celeste diametralmente opuesto al cenit. «Yo, estaba sedado, me encontraba investigando la importancia del nadir para la vida humana, que pueda que no sea ninguna, o, quizá, tiene que ver con la idea filosófica de Platón de buscar los fundamentos y la verdadera realidad». En ese momento, vio la luz.  
El 9 de septiembre, meses después de superar el coronavirus, Javier Aranguren volvió a pasar por el quirófano, donde le terminaron de extirpar ese maligno tumor en el colon que le ha mantenido en vilo durante este último tiempo. Salió bien, pero una infección le devolvió a la UCI, a la misma habitación en la que consiguió superar el coronavirus. ¿Sobrevivió al Covid solo por su buena predisposición?
«Ahora que se habla de nuevo de la eutanasia, pude haber sido un posible candidato. No fue así y en la Clínica Universidad de Navarra me trataron unos médicos extraordinarios que empezaron a escribirse con colegas italianos y chinos para preguntarles qué se podía hacer, qué funcionaba y qué no. Eso es lo que me ha permitido contarlo».
Tiene leves secuelas en la visión y en los pulmones, pero los minimiza y, con el debido respeto, los ridiculiza. Su principal malestar es la división que ha provocado la pandemia política y la polarización de la sociedad, poco dada al diálogo y a una reflexión profunda. «Tengo una indignación total al ver el descuido y el olvido hacia los muertos y hacia los que hemos sobrevivido a esta enfermedad». Una sensación que es compartida.