José Luis Loarce

Con Permiso

José Luis Loarce


Masats Spain

21/09/2020

He vuelto a Madrid, como buen niño de provincias, no sé si buscando entre las páginas de la novela de Hidalgo Bayal La escapada algún lugar del reencuentro de sus protagonistas: la Plaza de Ópera, donde insólitos gorriones  toman café con los escasos transeúntes que somos, o el Pasaje San Ginés, que no despacha esa mañana libros antiguos y el chocolate con churros sufre la nostalgia azul de la clientela desbordante de antaño. Aunque, como escribe ese autor, «toda añoranza manifiesta es una forma de egoísmo y una forma de venganza». Sentimientos encontrados del paseante ocasional, que sorteará después a los numerosos compradores de oro enchalecados de amarillo bajo los toldos, amarillos también, de la calle Arenal.
Pero fue la exposición fotográfica de Ramón Masats lo que había tirado de mí. La costumbre de la cultura a la que nos están desacostumbrando —en este  alrededor— aquellos que han hallado en el coronavirus la gran excusa para la inacción y su muerte lenta. Y ocurría en la antigua Tabacalera de Embajadores, (ejemplo de cómo recuperar, con muy poco, un centro cultural), el mejor escenario para la puesta en escena de Visit Spain, 1955-1965, título de la exposición que fue el lema de la campaña publicitaria que el Ministerio de Información y Turismo ideó, a mediados de los cincuenta, para sustituir la autarquía del primer franquismo por el turismo del que España ha tirado hasta que llegó, desde China, el único visitante indeseado.
Catalán cosecha del 31, Masats retrató el país para esa campaña y para nuevas revistas gráficas como Gaceta Ilustrada o Mundo Hispánico, y sus fotos forman parte ya de nuestra encarnadura sentimental más honda. De entrada, un vídeo contextualiza en pantalla grande los años de la muestra, poniendo en ambiente al espectador, que recorre esos arañados y desconchados espacios con la sensación de quien comprueba la verosimilitud de un autorretrato. Al punto de que podrían ser muchas abuelas manchegas la mujer enlutada de Tomelloso que pinta en el suelo la primera raya del zócalo de su fachada, trazando un cubismo de cal y añil que está en la historia de la Fotografía (1960), cuya pureza abstracta sobrecoge, o si alguno de los niños que bajan corriendo por una calle de Arcos de la Frontera (1963) fuera yo, escapado de otra foto en que estoy abrazado con mi primo Ángel, en la excursión a Alarcos con la clase de don Segundo. Y cómo no citar la célebre foto del seminarista con sotana volando para detener el balón que se colaba abajo junto al poste derecho de su portería… Cada imagen es digna de un relato o de un ensayo sociológico, y acaban conformando el retrato colectivo de una manera única de ser.
La España que aterrizó en el desarrollismo no solo es mi primera década de vida, es aquella de la que Masats acertó a desvelar algunos de sus más frecuentados enigmas, que llegan hasta la contemporaneidad misma.