Alfonso José Ramírez

Alfonso José Ramírez

Eudaimonía


La luz interior

20/01/2023

Ya pasadas las fechas navideñas, embalados seguramente los belenes y los adornos navideños domésticos, aún vemos por las calles de las ciudades el alumbrado navideño que ha iluminado y embellecido las ciudades sobremanera, aunque ya apagados. En los últimos años, la iluminación navideña ha recobrado cada vez mayor importancia y centralidad en la vida de las ciudades; ha congregado a multitud de personas sobre todo en las grandes ciudades, y como no podía ser de otra manera, hasta los pueblos más recónditos han querido tener su alumbrado: la luz artificial se ha convertido en un distintivo -cuasi mundial- de la celebración de la Navidad. 
Celebrar la Navidad se convierte en sinónimo de luz, pero una luz atrayente de masas, que moviliza a multitudes para congregarse entorno a las calles comerciales repletas de gentes que ansían encontrar el regalo idóneo para la celebración de papa Noel y la festividad de los Reyes Magos. Originariamente, la celebración de la Navidad nace en la cultura occidental como hecho religioso cristiano, y el imperio romano al cristianizarse reorganiza el calendario anual para hacer coincidir el nacimiento del Hijo de Dios con el solsticio de invierno y hacen coincidir la fecha del nacimiento de Dios con el año cero de la historia: el tiempo se divide en torno al nacimiento de Dios, hay un antes y un después; se socializa la celebración cristiana de la Navidad.
Ahora bien, ¿qué relación guardan el hecho histórico del origen de la celebración de la navidad en sentido cristiano con el tipo de celebración navideña que se ha impuesto socioculturalmente? Hay una simbología de contenido cristiano que identifica a Jesús con la luz, significando que Él es el que viene a iluminar el mundo personal de la tiniebla y el pecado, el mundo de la oscuridad en la conciencia. Sin embargo, esta forma de iluminar las calles actualmente poco tiene que ver con el significado simbólico religioso, pues hay una transición de significado, del ámbito de lo religioso pasamos al ámbito comercial. La luz ya no actúa como factor que ilumina las conciencias, que indica el sentido ético y responsable en el actuar o la conversión interior que despierta las ganas para ser mejores; esta luz artificial es luz para el consumo, permanece asociada a la noche, con la que al estar mejor iluminadas las calles se les gana tiempo a las oscuras tardes invernales para poder comprar más. Las ciudades y pueblos se convierten en el gran escaparate de la «religión» más practicada hoy día en nuestra cultura: el consumismo. 
El hombre de esta sociedad necesita de estos artificios para iluminar su vida, pero en un sentido externo; necesitamos llenar de alicientes externos el sentido de la celebración, porque quizá no hay una raíz ni arraigo personal y humanizador que aporte significado a lo que somos y hacemos. Vivimos en una sociedad que en gran medida reniega de sus raíces y pasado cristiano, bajo el auspicio del laicismo, pero sustituye el significado de los símbolos por otros símbolos estéticos que resultan placenteros, cómodos, alucinantes y espectaculares, que no comprometen y constituyen una práctica en beneficio propio: comprar y regalarnos para sentirnos mejor; visualizar y recorrer el efímero arte de la iluminación callejera. No preocupa el cómo poder ser y actuar mejores, sino cómo sentirnos mejor. Recibir un regalo activa la emotividad, y no es que en sí mismo sea negativo, pero queda reducido a lo estético y a lo emotivo y, en consecuencia, nos vamos quedando sin razones que "alumbren" lo que somos y celebramos. Y las personas que no son cristianas, ¿qué celebran en realidad? 
A este propósito, conviene traer al presente a uno de los mayores pensadores que han tratado el tema de la luz: San Agustín de Hipona. Describe el conocimiento como la capacidad de ser iluminados para conocer la verdad, y este conocimiento se da en el interior de la persona, espacio, sede o lugar personal en el que podemos encontrarnos con nosotros mismos, con los demás y con Dios. Quizá seamos religiosos o no, pero la llamada a la interioridad es fundamental para vivirnos humanamente. Somos humanos desde dentro, como diría Ortega, ensimismándonos, en la reflexión, distanciándonos de lo que ocurre… Reflexionar, ser conscientes, descubrir la verdad, son líneas constantes en la historia del pensamiento. Si las luces callejeras son artificiales, efímeras y pasajeras, que cada año hay que sacar y volver a guardar, podemos buscar la luz incandescente que nunca se apaga, como hizo san Agustín, incansable buscador de lo permanente, lo verdadero.