Manuel Juliá

EL TIEMPO Y LOS DADOS

Manuel Juliá

Periodista y escritor


Ancianidad

14/06/2020

Qué deberíamos sentir para ser justos con ese dolor ahogado por la soledad. Qué deberíamos sentir para que pudiera servir para algo. No creo que debamos seguir derramando lágrimas, porque diluimos en el llanto el sentimiento de culpa que debe haber en una sociedad como la nuestra que ha dado la espalda a los ancianos. Nos voy a decir ni una sola letra respecto a esa falta de gratitud para los que, en los peores años, supieron llevarnos a los mejores. No quiero elevar ningún canto, ninguna letanía, ningún discurso al viento por esa terrible angustia que asoló las residencias de ancianos. No quiero desprender la más mínima poesía, ni agarrarme a ninguna retórica, porque todo puede servir para tranquilizar nuestro asombro dolido y que, dentro de 10 años, por ejemplo, todo siga igual, como en la canción de Julio Iglesias.  
De qué sirve volver a reiterar el destierro sombrío de los últimos años de muchos de nuestros ancianos. Lo que sirve es saber, como dice Llamazares, qué se piensa hacer para dar una solución a esa tristeza angustiosa que ya existía antes de la COVID-19. El virus lo único que hizo fue atacar por el flanco más débil y ensañarse en los vencidos. Dejemos ya las letanías. Soluciones. ¿Algunos de los que tienen la obligación, por su profesión o por ser representantes públicos, han estudiado o están estudiando algún sistema alternativo a este aparcamiento innoble de ancianos? Si no un cambio radical, que sería necesario, ¿quién le da vueltas al coco para mejorar un sistema mixto en que la competencia económica, sin ninguna duda, se dilucida en la prestación de un pésimo servicio? Quién vigila para qué no se añada al sistema de aparcamiento ranchos secos, muchos los hemos visto, toallas esqueléticas en las habitaciones, olores inmundos, dejadez en una atención profesional lúdica y médica escasa que se pierde en la masificación de ancianos.
Si no se hace ahora, no se hará nunca. Si después de este zarpazo no se hace, no se hará nunca. Si la obviedad de este dolor no estalla en nuestro corazón, y exigimos algo ya, jamás lo haremos. Los que han pagado la pandemia seguirán en el almacén de lo inútil. Si pasan los días sin que inunde los medios la necesidad de dar una respuesta, todas estas montañas de literatura serán pasto del viento. Habrá de venir otra catástrofe para que vuelve a emerger de esa manera la desdicha. La ingratitud es un insulto a la justicia. Tenemos que exigir que en este laberinto emerja una luz, que los gobiernos den una respuesta a este dolor tan fuerte con el cambio. Es la hora de proponer, hacer. Pasó la hora de llorar, hablar.