Antonia Cortés

Desde mi ventana

Antonia Cortés


Imágenes

17/09/2020

Hay imágenes que se graban en la memoria y nunca se olvidan. Sensaciones que provocan determinados sucesos y que vuelven sin querer, pese a los años que hayan transcurrido. Olores que te trasportan a otros tiempos, ciudades, personas o instantes. Sonidos que, unas veces, te siguen llevando a lugares deseados, mientras que otras deambulan por esos rincones no deseados. Noticias soltadas a bocajarro que impactan y se quedan para siempre. Hay tanto bueno por recordar… pero los momentos terribles tampoco dudan en  guardarse en el disco duro de nuestra mente, del corazón. Hasta el sufrimiento, tan de cada uno, es capaz de convertirse en colectivo y extenderse tan rápido como el fuego descontrolado. También, curiosamente, puede renacer en otro sentimiento tan puro como la solidaridad.
De esas imágenes impactantes, en aquel Madrid universitario lleno de juventud y alegría, guardo las que arrojó el atentado de ETA con coche bomba al autobús de guardias civiles a su paso por la Plaza República del Perú. Era julio del 86. Aún se me ponen los pelos de punta. Murieron doce, los heridos fueron sesenta. Ellos también eran estudiantes en una escuela de Tráfico y querían comerse el mundo. Tenían entre 18 y 25 años. Los terroristas se encargaron de poner el fin a aquellas historias aún no escritas.
Los 80 en España olían a libertad, pero también a muerte. Un año después, en el 87, explotaba una bomba en un Hipercor de Barcelona. Murieron 21 personas y hubo 45 heridos. Entre las víctimas, cuatro niños. ¿Cómo se justificaba este atroz suceso? 
Fueron años de muchos atentados, de cientos de asesinatos, pero mis recuerdos me llevan ahora a 1996. Estaba en el Campus de Albacete por trabajo. Creo que salíamos de una reunión cuando alguien soltó que acababan de tirotear al profesor Tomás y Valiente en su despacho de la Autónoma de Madrid.  Se hizo un silencio aterrador. Aún estaba demasiado presente el asesinato de Fernando Múgica días antes. Ojos aguados ante tanta impotencia.
El olor del mar, su brisa, esparce mis recuerdos como una baraja de cartas, pero también me ubica en ese 13 de julio de 1997, en esa cuenta atrás que llenó de rabia a la gente de buen corazón. Casi todos. Al joven concejal de Ermua  Miguel Ángel Blanco, tras tres días de secuestro, le pegaban dos tiros en la cabeza. Y caló el desgarro de la sinrazón. Los ciudadanos levantaron sus manos blancas y dijeron ¡basta ya!
Recolocar los sentimientos que provocan estos hechos no es fácil, pero cuando se sabe que la venganza y el odio no calma el dolor se busca, al menos, la justicia y ese calor que hace menos duras las noches frías.
Ojalá Bildu hubiera lamentado “profundamente” todas estas muertes violentas como Pedro Sánchez la del etarra que decidió suicidarse en su celda. Cada uno sabrá de sus valores y del precio dispuesto a pagar. Fausto entregó su alma a Mefistófeles… El tiempo también se encargará de devolvernos el final de esta imagen.