José Luis Loarce

Con Permiso

José Luis Loarce


Norte

13/09/2022

(In memoriam Javier Marías)

Este es el verano llameante de la vida. Caerán cinco gotas esporádicas, pero la columna fugaz pulsa ahora la manivela retrospectiva del averno canicular, del irrespirable ferragosto eterno, porque uno escribe en las inmediaciones otoñales pero tiene grabado a fuego, nunca mejor dicho, la asfixia veraniega, como si no se hubiera asomado siquiera al mar lejano ni hubieran trascurrido los días del almanaque que tengo delante.
Miro por el retrovisor, y me veo sudando como un pollo, compartiendo con amigos y colegas esas oleadas que no cesaban, amenazantes con durar casi eternamente como aquellas pilas del conejito del anuncio. No me digan a cuento de qué recordar esos sudores agosteños ahora, que parecen retirarse, pero es que el escritor de periódicos también tiene que poner su alma a refrescar aunque hayan pasado la Virgen de agosto y la de septiembre. No es por masoquismo ni para recrearme en un mal recuerdo que a nada conduce. Déjenme. Es como una venganza a plazos. Escribo en septiembre y parece que se me quitara de los huesos el calor de agosto acumulado. Una venganza incruenta contra el criminal verano, asesino ignoto que parece alejado pero nunca se irá del todo por culpa del cambio climático, prisionero en esos meses agosteños, pues en cualquier momento despierta y enseña sus garras mercuriales, porque para eso vive feliz, disfrutando su crisis y su calentamiento global que seca pantanos, derrite polos, glaciares y lo que se ponga a tiro, sea septiembre o el invierno por venir. Por eso le escribo a modo de maldición y desahogo.
Como todos tenemos nuestro cuñado, uno también tiene el suyo, entre varios, generoso lector a distancia de mis billetes semanales, profesa del leonés que es, casi en la raya asturiana, pero ha tiempo avecindado en la universidad no sé si palentina o vallisoletana, y en esa fiebre canicular escapaban a tierras de la sidrina o se escondían por horas —con mi consiguiente envidia torrefactada— en Comillas o en Oyambre, donde las olas peinan rizos salvajes y el calor casi nunca quiere coles sino paraguas. Allí el sol, friolero que es, se pone su rebequita cuando quiere y regatea, burlón, a propios y extraños. Y cuando el dios ardiente se tapa envía para Castilla un viento fresco al que llaman "norte"; yo lo soñé en agosto, pero él no me soñó o acaso mi sueño era tan profundo que no sabía si era huida/caída o ascenso al ser y la nada sartriano.
Pagada queda mi cuota julioagosteña en este retrasado o retranqueado tributo de letras impresas.
 

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