Francisco Muro de Iscar

MUY PERSONAL

Francisco Muro de Iscar

Periodista


Cataluña: la fractura infinita

18/02/2021

Las elecciones catalanas del 14-F han confirmado la realidad de una sociedad partida en dos mitades, fracturada social, política y económicamente en un viaje a ninguna parte que comenzó hace cuarenta años, pero que se ha radicalizado en la última década. Esa fractura, que nadie es capaz, que nadie quiere cerrar es cada vez más peligrosa para los que viven en Cataluña y para el resto de los españoles que deseamos la convivencia en paz y progreso. La fractura infinita de Cataluña se percibe en distintas realidades:

- La fractura social es, seguramente la más dañina y tal vez la más difícil de reparar ya. Cada vez hay más catalanes que no se relacionan para nada con quienes no piensan como ellos. Según un estudio de Metroscopia, los amigos de los independentistas son, en su inmensa mayoría, independentistas y los constitucionalistas casi se relacionan únicamente con quienes piensan como ellos. En las familias se evita hablar de política, porque eso puede acabar en ruptura total si no se ha producido ya. Frente al encuentro, manda el rencor.

- La fractura independentismo-constitucionalismo, casi al 50 por ciento, es evidente, a pesar de que "los catalanes que expresan un sentimiento identitario incluyente (es decir que combinan por igual la identidad catalana con la española o ambas, pero con algún predominio de una u otra) siguen representando las tres cuartas partes del total" (Metroscopia). El 14-F solo un 27 por ciento del censo -diez puntos menos que en 2017-, uno de cada cuatro catalanes, acudieron a las urnas a votar independentista -con las variantes profundas que significan ERC, Junts o la CUP-. Entre Junts y ERC perdieron más de 700.000 votos respecto a las anteriores elecciones. Por lo que se refiere al constitucionalismo, también profundamente dividido y sin posibilidad de unidad, 900.000 ciudadanos se quedaron en casa, al contrario de lo que hicieron en 2017. Y el ganador, Illa, solo consiguió 46.000 votos más que Iceta. Escaso bagaje.

- La fractura izquierdas-derechas. Otra frontera con trampa en la que, para empezar, habría que saber dónde se esconde la verdadera derecha catalana. Ni las izquierdas comulgan en lo básico ni las derechas son capaces de entenderse, con el PP y Ciudadanos hundidos. Los únicos que han crecido son los extremos más peligrosos, la CUP y Vox, que suman casi el 10 por ciento del censo.

- La fractura del abstencionismo. Que el 47,5 por ciento de los ciudadanos no haya ido a votar sabiendo lo que se juegan, es para hacérselo mirar por todos los partidos. Ha ganado el partido del abstencionismo. O están hartos o están resignados, pero, en todo caso, no dejan de ser responsables de lo que pase.

- La fractura territorial. Barcelona no es Cataluña. Parte de la culpa del "éxito" independentista radica en la pésima Ley Electoral, gracias a la cual un diputado en Lleida cuesta 8.000 votos, 13.000 en Tarragona, algo más en Girona y entre 23.000 y 28.000 en Barcelona. Pero nadie cambia la ley.

- La fractura de la insolvencia. Cataluña lleva diez años con una pésima gestión de los problemas reales de los ciudadanos, agravada por la DUI y la huida de miles de empresas y casi colapsada por la pandemia. Cataluña es hoy más pobre, tiene menor peso en todos los terrenos, su PIB está en caída libre, tiene una deuda insoportable, unos servicios públicos cada vez más deteriorados y unos políticos solo preocupados por alcanzar una independencia imposible o por combatirla.

El secesionismo excluyente que solo busca el "cuanto peor, mejor" y la exaltación de los sentimientos frente a la razón, tiene, no obstante, contra las cuerdas al Gobierno del Estado, más cercano a ceder lo que sea que a defender la legalidad frente a la ilegalidad. En esta fractura infinita de Cataluña, pierden los catalanes, perdemos todos.