Antonio Herraiz

DESDE EL ALTO TAJO

Antonio Herraiz


Suerte, mi coronel

28/05/2021

Vayamos al año 2016. Sin necesidad de Filomena, en Beruete había caído una nevada de las habituales de cada invierno en la merindad de Pamplona. Dos autobuses y un microbús quedaron atrapados a primera hora de la noche en la carretera que une esta pedanía navarra con Lecumberri. Hasta aquí todo dentro de lo previsto. La Guardia Civil recibe una llamada y acude al rescate. Los agentes sabían que aquel día, en un restaurante de esa misma zona, se iba a celebrar una comida a favor de los presos de ETA. Previamente, los servicios de información habían comunicado que en ese evento iban a participar exreclusos de la banda terrorista y familiares de los asesinos. No lo dudaron. Ante la llamada de auxilio, acudieron, conscientes de que allí había personas del entorno más directo de un grupo criminal que tantas veces les había puesto en la diana. La operación resultó un éxito y el jefe de los agentes que intervinieron en el rescate fue tajante: «Lo volveríamos a hacer una y mil veces».
Volvamos a este primaveral mayo de 2021 para mirar de nuevo a Ceuta. Apenas han pasado dos semanas de la jugarreta de Marruecos en un episodio que deja imágenes difíciles de olvidar. Podríamos quedarnos con la historia de Luna, la cooperante de Cruz Roja que consoló y abrazó a un senegalés llamado Abdou. Había sorteado a nado el espigón y rompió a llorar cuando vio que su hermano estaba inconsciente. Podríamos quedarnos con la escena protagonizada por Juan Gabriel Gallego, un legionario que colocó sobre sus hombros a un niño de no más de seis años que había quedado encaramado a la valla. De haber caído, igual no lo cuenta. Pero vamos a detenernos en el rescate protagonizado Juan Francisco Valle, un agente del Grupo Especial de Actividades Subacuáticas de la Guardia Civil. Una madre desesperada se echó al mar con sus tres hijos cuando le dijeron que la frontera estaba abierta. ¿Qué le puede pasar por la cabeza a una madre para poner en riesgo la vida de lo que más quiere? Se llama Naima: «No tenía para comer, no me quedaba otra que tirarme al mar». Juzgarla desde el cómodo sillón de tu oficina frente a un portátil es fácil; ponerse en su lugar, harto complicado. Uno de los menores es un bebé de apenas unos meses. Cuando Juan Francisco y su compañero vieron la escena se lanzaron directamente a auxiliar al pequeño. «Estaba helado, frío, no gesticulaba mucho». Consiguieron salvarle. En ese mismo escenario, una persona perdió la vida.  
Sorprende que todavía haya quien se sorprenda del trabajo de estos agentes. Los hay, incluso, que se dedican a silenciar su labor, no vaya a ser que les retiren el carné de progre por ensalzar un cuerpo tan antiguo como la Guardia Civil. Lo que tiene el desconocimiento. Recordando lo de Beruete y lo de Ceuta he rescatado una conversación con Pascual Segura. Se estrenó como oficial de la Guardia Civil en el puesto de Guernica. En apenas año y medio en Vizcaya, asistió al funeral de cuatro compañeros asesinados por ETA. No tengo ninguna duda de que habría tomado la misma decisión que su compañero de Navarra y habría organizado el rescate de los amigos de los terroristas atrapados en el temporal de Beruete. Tampoco habría juzgado a esa madre y se habría tirado al mar, sin preguntar, para salvar la vida de ese bebé. Conocer a mandos como el coronel Segura te da un buen indicador de lo que hay más abajo, sin que el grupo esté exento de elementos que no honren al cuerpo, como en todo colectivo. Su reciente ascenso le lleva de Guadalajara a Vizcaya, donde se estrenó como oficial. Suerte, mi coronel.