Miguel Ángel Jiménez

Comentario Dominical

Miguel Ángel Jiménez


Iván, Francisco Javier, Óscar

13/07/2020

Tres hombres dijeron ayer en la Catedral públicamente que sí a Dios, a la Iglesia y al mundo. Para todo, con todo, a pesar de todo. Treinta y uno, treinta y nueve y cuarenta y tres años. Iván, Francisco Javier, Óscar. Saben lo que hacen, a quién se entregan y para qué. Si ayer fueron ordenados diáconos, en unos meses recibirán el orden sacerdotal.
A las once y media comenzaron a repicar las campanas de la Catedral para magno acontecimiento: vidas sembradas para dar frutos de eternidad. Con la imposición de manos de nuestro obispo recibieron la fuerza del Espíritu Santo. No serán más que nadie, ni con más cualidades, pero sí han descubierto la fuerza arrolladora de Dios para entregar la vida. Él siempre nos busca y siempre nos encuentra, tarde el tiempo que tarde. Quizá habremos de esperar el quicio de la muerte para encontrarnos con Él, para descubrir su rostro y su huella en nosotros. Ellos tres ya han tomado delantera. Los trabajadores que desde esta hora empiezan a trabajar en la viña. Llegarán otros después, los llamados a otra hora, los que habrán escuchado más tarde, todos compartirán campo, trabajo, sudores y alegría.
Son oficios que no están de moda. Volverán a estarlo. Oficio de grandeza, como los artesanos, porque no hay nadie que dedique gratuitamente las horas de escucha y de consuelo como regala un sacerdote. Vidas discretas para tareas heroicas porque nadie sabe más que ellos de esperanza que cura corazones. Son nuestros curas, esos que siempre son noticia cuando caen, pero que también recibe el cobijo y el calor de las parroquias, de la comunidad cristiana, de tantos hijos de Dios como reconocen en ellos el rostro misericordioso de Dios. No hay ninguno que no reconozca que, a pesar de todo, su vida ha merecido la pena. No hay ninguno que no diga que no volvería a ser sacerdote incluso sufriendo desprecios e incomprensiones; también la huella del pecado en ellos y la oferta en sus manos de la misericordia de Dios.
En los tiempos difíciles que hemos vivido -en ellos seguimos- han sido los sacerdotes la oferta de esperanza que nuestra sociedad también necesitaba. Con una oración han abierto las puertas del Cielo para que los que han muerto solos se encontrarán con la comunidad inmensa de los santos. Tantos oficios, trabajos, vocaciones que han seguido sirviendo a la sociedad. Los sanitarios en primer lugar, pero con otros muchos. Entre ellos, sirviendo cuando más se los necesitaba, y en lo suyo, los sacerdotes rezando, celebrando la eucaristía. No para ellos. Para los demás. Para todos. Por eso, a los tres, gracias.