Alfonso José Ramírez

Alfonso José Ramírez

Eudaimonía


El mercadeo político…

06/05/2022

El pasado reciente de la pandemia nos ha recordado la experiencia de los mercados persas con ocasión de la compra-venta de las mascarillas, las cuales eran vendidas al mejor postor, anteponiendo el beneficio instantáneo al compromiso o a cualquier forma de contrato previo; única máxima: todo se compra y vende al mejor postor.
Traigo a colación este episodio reciente por un paralelismo de mercadeo político que se puede establecer con la vida política actual. 
Para comprender la ejecución de la política en el momento actual podemos acudir a la Historia de la Filosofía, que nos alumbra para ver cómo lo presente ya se ha dado en cierta forma en el pasado. Tres corrientes de pensamiento concurren al respecto: el sofismo, el maquiavelismo político y el capitalismo neoliberal en su versión más salvaje o libertina. 
El sofismo fue una corriente coetánea a Sócrates que convergió allá por el siglo V-IV a.C. y estaba caracterizado por el relativismo: la verdad no era considerada por sí misma, todo dependía de la posición y situación social, y lo mismo y lo contrario se podía defender a conveniencia… los sofistas eran reconocidos como maestros de la demagogia y, cualquier estrategia retórica era válida con tal de conseguir el éxito político, ganándose a la audiencia -el electorado de entonces- para ostentar el poder. 
Con muchos siglos de posterioridad, siglos XVI-XVII, un teórico político llamado Maquiavelo, desde su obra El príncipe, comienza a describir un perfil político del gobernante al margen de cualquier referencia religiosa y valor ético, como un ejecutor práctico del poder. La máxima del gobernante es buscar y ejercer el poder, ampliarlo omnímodamente si la ocasión lo requiere, dentro un horizonte de poder ilimitado. Todo puede ser subyugado o sometido a la razón de Estado. De hecho, esta forma de actuar ha trascendido para la posteridad como ser o actuar maquiavélicamente, actitud que se puede resumir con la máxima: el fin justifica los medios. En realidad, otra versión sofista relativista del poder.
Finalmente, en el momento actual, en el que el capitalismo o neoliberalismo va calando en todos los contextos individuales, socioeconómicos e institucionales… vemos que ha llegado también a la política en forma de negociación y estrategia en aras del beneficio propio… todo se puede negociar, todo se puede convertir en moneda de intercambio con tal de conseguir los propios fines u objetivos propios o de partido; la única ley que rige al respecto es la oferta y la demanda.
Y por ello, en la forma actual de hacer política vemos muy bien expresadas las modalidades históricas mencionadas para gestionar la realidad política. Por un lado, se da el relativismo en la medida en que nada tiene la consideración de verdad y, por tanto, de coherencia interna, a la cual hay que adherirse; no se respetan las reglas del principio de identidad y no contradicción, o el concepto de verdad socrático que entendía una definición con carácter universal. Por ello, lo negociado y lo pactado tiene valor momentáneo y ocasional y, en un escaso intervalo de tiempo se puede cambiar de posición o estrategia a conveniencia (el sofismo). 
Si el objetivo de la política es el bien común, es decir, el bien de todos y cada uno de los ciudadanos miembros de un país, obviamente con las limitaciones implícitas a toda situación humana, la política ha de ser un instrumento de servicio público, pero el maquiavelismo campa a sus anchas haciendo del poder partitocrático el objetivo último a conseguir. La política o el poder en sentido público son denostados para convertirse en una forma de auto-servicio; las ideologías propias de cada partido y el discurso político no son una herramienta con carácter director o dirigente que marcan el proyecto o líneas de avance y crecimiento social para un país, sino que están totalmente al margen de la realidad; los discursos van totalmente en paralelo a los hechos en numerosas ocasiones. Existe una especie de esquizofrenia entre la vía del discurso y la vía de los hechos; la palabra tiene el valor momentáneo de conseguir un objetivo cortoplacista y efectista.
Por último, el capitalismo es un caldo de cultivo idóneo para el pragmatismo: cualquier estrategia es válida según sirva para el beneficio propio. Todo se puede negociar, todo se puede comprar y vender al mejor postor, al que mejor pague. Lo propio de los mercados persas. 
Por toda esta radiografía, en estos momentos no concurren los valores específicos de la política que identifiquen el quehacer político desde el bien común y colectivo. Necesitamos retomar a Sócrates, a Montesquieu y buscar alternativa al voraz capitalismo que todo lo convierte en moneda de cambio, más allá de todo código moral o valor ético. Ha de devolverse el poder a la coherencia y a la verdad, a los fines propios de las instituciones del Estado y, en definitiva a la ciudadanía, depositaria de la soberanía en democracia.
 

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