Desde hace cincuenta y siete años, en el domingo de la Ascensión, el séptimo de Pascua, se nos invita a tener presentes las comunicaciones sociales. Fue en el año 1967, y por mandato del concilio Vaticano II, en su decreto Inter mirifica, cuando se celebró la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales por primera vez. Puede parecer una jornada más, un día más en el que nos sensibilizamos sobre una realidad o urgencia en la Iglesia. No es así, porque el mandato misionero de comunicar forma parte de la misma identidad, del ser de la Iglesia. Si no somos misioneros, si no anunciamos, con obras y palabras, la fe que hemos recibido y que profesamos, es una fe vacía, externa, pura exterioridad que no toca ni nuestro corazón ni el de otros.

El Papa nos invita en esta jornada a hablar con el corazón en un mensaje sencillo y profundo, jugoso, trascendente.

Hay algo fundamental y es la escucha. Todos sabemos mucho de todo y eso nos puede impedir que pongamos los cinco sentidos para atender lo que el otro, desde su más íntima cordialidad, nos quiere transmitir. Antes de la encarnación, Dios había escuchado el grito de su pueblo y había reconocido que el mismo hombre se había alejado de él. Dios, antes de actuar, siempre escucha los clamores de los corazones.

En esta jornada, antes de hablar, escuchemos, acerquemos nuestra vida a la de los demás, a sus inquietudes y esperanza, anhelos y sufrimientos. Solo en la escucha del otro podrá encontrar el Evangelio eco.

Una Iglesia sorda será también muda. El mensaje del Evangelio está siempre precedido de la escucha.