Alejandro Ruiz

EL REPLICANTE

Alejandro Ruiz


El poder fálico

08/07/2020

En una Carta a Juan Maragall, escribe Miguel de Unamuno, en referencia a los españoles, que «estas gentes tienen un cerebro cojonudo. Quiero decir que en la mollera en vez de sesos tienen testículos». En el contexto de la frase, se refería exclusivamente Unamuno a su visión pesimista sobre la posibilidad de que los españoles se reconciliaran social y políticamente: «Aquí hemos padecido de antiguo un dogmatismo agudo. Aquí lo arreglamos todo con afirmar o negar redondamente, sin pudor alguno, fundando banderías».
Pero la idea de tener los testículos por cerebro podría tener otro significado más literal y distinto al referido por Unamuno; me refiero al de la testosterona, al lívido energético que procede de los instintos y que repercute directamente en la conducta del macho ibérico con altos niveles hormonales. El gran macho con los testículos por cerebro, que todo lo que piensa y hace deriva finalmente en lo mismo, en lo único, en pasarse por la piedra a toda la que se ponga por delante. A las compañeras de la facultad, a las alumnas, a las compañeras de partido, a las compañeras del Gobierno.
Desde la perspectiva del poder, cuando uno tiene fijado su objetivo, el poder fálico del varón se vincula necesariamente con el abuso del poder, con el mal uso del poder, con la inexorable manipulación a través del poder. Mediante el sometimiento, el abuso de poder implica su uso desmedido, el autoritarismo, la manipulación, la corrupción, la sumisión paternalista que protege a la mujer joven y débil. La bragueta fácil y poderosa se convierte así en el mayor escollo del contradictorio documento ‘Vivir libres y sin miedo’ que presentó Podemos en las Cortes contra la violencia machista, sobre todo si por tu posición jerárquica en la manada previamente ya tienes garantizado el ‘sí’, de ‘solo sí es sí’.
Se trata de un comportamiento sectario de poder, que aprovecha situaciones de liderazgo frente a la vulnerabilidad emocional con enganche psicológico, ofreciendo una identidad vinculada al jefe. La seducción que lleva finalmente a acatar la autoridad del líder y convierte a la adepta en parte integrante del poder con la inconmensurable responsabilidad de atender el descanso del guerrero.
Así, la hipocresía individual se traslada también a la hipocresía social de los ingenuos que buscan el reconocimiento externo con el esfuerzo de parecerse al líder.

Ejemplos clarificadores de tener criadillas en la cabeza, los de Mitterrand, Dominique Strauss-Kahn, Berlusconi, Bill Clinton, François Hollande, Juan Carlos de Borbón o Pablo Iglesias, entre muchos otros de una lista interminable.

Pablo Iglesias, no el que conoció Unamuno, fundador del Partido Socialista, con el que mantuvo una amplia correspondencia desde 1894 hasta 1918, sino el que conocemos nosotros y gobierna en España.