Elisabeth Porrero

Elisabeth Porrero


Nos viven los muertos

03/11/2021

Ahora mis manos guardan el veneno de la esperanza/y un instinto de supervivencia/que hay en todas las palabras ateridas de frío/ pide quedarse al lado de las personas amadas…» nos dice  el magnífico escritor Manuel Juliá en uno los poemas de su preciosísimo libro El sueño de la muerte (ediciones Hiperión).
El poeta viene a decirnos que los muertos se quedan, de algún modo, vivos en nosotros. Somos carne y espíritu y aunque la biología diga que el cuerpo debe morir, algo del alma de los que se marchan se queda dentro de la nuestra. Y así, con esta forma de completarnos tras su vacío, podemos superar mejorar la ausencia. 
La muerte es algo en lo que no pensábamos a menudo hasta que la pandemia vino a recordarnos que podía acudir, de repente, a la cita que tiene con cada uno de nosotros, sin previo aviso. Se dice que en la cultura occidental no pensamos demasiado en ella y no la valoramos como el hecho natural que es. Es posible. Solíamos percibirla como algo lejano o, salvo tristísimas excepciones, como algo que solo sucedía a la gente mayor o enferma terminal. 
Sin embargo, hemos debido sentirla demasiado cercana durante estos dos últimos años. Hemos visto más estadísticas sobre ella que nunca y, pese a no poder asistir a entierros, nos hemos familiarizado con muchos fallecidos a los que no conocíamos directamente. Parece contradictorio pero así sucedió, la imposibilidad de estar físicamente próximos a las víctimas nos hizo acercarnos más a ellas. Y aunque nuestros cuerpos estaban lejos, sentíamos que nuestras almas estaban al lado.
Escribo este artículo el 1 de noviembre, día en que, tradicionalmente, recordamos más que nunca a las personas que nos faltan y las visitamos en sus tumbas. Este año volvemos a hacerlo, después del fatídico 2020. Pero unos compatriotas se ven, de nuevo, impedidos a hacerlo físicamente. Algunos habitantes de La Palma vuelven a ver imposible esa visita. Los materiales del fondo de la Tierra amenazan con engullir el cementerio y han debido crear unos altares improvisados en la plaza para homenajear a los muertos. Oyendo esta noticia no he podido evitar pensar aquello de «Polvo somos y en polvo nos convertiremos». Parece que el volcán nos contase que  la Tierra quiere tragarse esos esqueletos, que quiere quedárselos porque a ella pertenecen, como lo hacemos todos. Ojalá ese camposanto pueda salvarse del hundimiento por la calma que aporta a los seres queridos ir a visitar las tumbas de sus muertos. 
Están siendo tiempos muy duros, en los que, por las tragedias que nos rodean, hay que poner más alma que nunca porque no ha sido ni está siendo fácil, en el caso de La Palma ahora, sentir la presencia de los cuerpos cerca.
El amor, la resiliencia y la esperanza nos deben ayudar a superar las pérdidas, las humanas y las materiales. 

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