Elisabeth Porrero

Elisabeth Porrero


Preciosas redes de palabras

15/06/2022

Transitan las palabras por los cables de los ordenadores, por las ondas y, si son oportunas y se las recibe en un momento adecuado, se quedan instaladas en el alma de la persona a la que le han llegado. Las redes sociales se llenan de poesía y, a los que la admiramos, nos ilumina muchas veces al leerla en los post de amistades. 
Uno de mis amigos de Facebook, Luis Miguel Malo Maca, es otro gran amante de esta rama de la literatura. En su perfil leo poemas de artistas que me conmueven verdaderamente. Ayer mismo, escribo el lunes 13 de junio, encontraba una publicación que había hecho sobre la obra de la maravillosa poeta Ana Montojo. Se trata del poema Desorden, de su libro Un solo de saxo. En él, hablaba la escritora sobre la posibilidad de que alguien la encontrase muerta en casa y ella estuviera sola.
Habla sobre lo que podrían encontrarse en su hogar las personas que pasaran, en ese momento, pedía disculpas por el desorden que encontraran. En estos bellísimos versos sugiere la posibilidad de que queden sobre su mesa fotos de sus hijos y nietos, un disco de Eric Clapton, una copa con algún resto de hielo o un cenicero. En la última estrofa de ese poema, la autora piensa en la posibilidad de que alguien, en la pantalla de su ordenador, descubriera un poema de amor que se le quedó a medio escribir en el momento de su muerte. Le pide a esa persona que pudiera leerlo que lo acabe: «Y si acaso encontráis en la pantalla/un poema de amor al que le falten/ las últimas estrofas, / terminadlo vosotros. Es posible/ que haya un final feliz en vuestros versos».
Imagino a quien encontrara ese poema a medio hacer. Si fuera un poema de Ana Montojo el que tuviera delante sería, sin duda, bellísimo, aunque aún no se hubiese compuesto su última estrofa. Y aunque la autora sugiera que se le encontrase un final feliz, eso no quiere decir que fuera más hermoso que el que ella pudiera haber creado.  
Y, quizás ese final, irse de aquí, dejando a medias un poema en que se dice que se ha amado o que se ama, es ya un bellísimo final. Escribir también es un acto de amor, de amor a la palabra y a la Humanidad, a la que la persona que escribe está regalando pedazos de su alma, de sus reflexiones, de sus recuerdos, de sí mismo.
Compartir esas obras, como hacen Luis Miguel Malo y tantas mujeres y hombres sensibles, es también un acto de amor. 
Al fin y al cabo amar las palabras es amar la capacidad del ser humano de decir, de entregarse a los demás.
Bendita sea esta parte tan hermosa de las redes sociales, la de compartir la belleza.

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