Ramón Horcajada

Edeumonía

Ramón Horcajada


Tres conceptos

15/10/2021

Desde Platón a nuestros días, el ser humano ha ido intentando responder a las preguntas fundamentales que se le han ido presentando. Una de esas cuestiones es la que ha girado, desde el principio, en torno a cuál sería la mejor forma de organizar la sociedad y la convivencia humanas. Después de estos veinticinco siglos y mirando muy de cerca estas últimas décadas, en las que ha habido un debate profundo e interesantísimo entre autores y escuelas, creo que podríamos resumir dicho debate afirmando que es en torno a tres conceptos desde los cuales todos debemos poder posicionarnos y llegar a algún tipo de conclusión y de propuesta. Dependiendo de cuál prioricemos o cómo combinemos dichos conceptos nuestra postura y nuestras propuestas creo que serán distintas.

Estos tres conceptos son el de "costumbre" (muy nombrado como "mores", del latín), "virtud" y "libertad".

Cuando hablamos de "mores", costumbres, nos estamos refiriendo a esa parte de la tradición de los pueblos que está más allá de las leyes y que incluso las justificarían. Para muchos es un concepto fundamental, no sólo por cuanto pueda influir desde el pasado, sino porque la misma ley, si de verdad es ley, tiene la misión e intención pedagógica de perdurar en el tiempo asentando modelos de conducta que subsistan incluso a través del consentimiento moral individual. En este sentido, toda ley debe tener en cuenta las costumbres preexistentes y estudiar con prudencia cómo imprimir el efecto deseado en su cotidiano discurrir. Una ley invasiva, por ejemplo, será papel mojado ante un hábito general de desobediencia por parte de la ciudadanía. Por otra parte, el ciudadano en general observa todos los días cientos de leyes que ni conoce, sólo por costumbre. No olvidemos también algo curioso, y es que incluso el mismo Estado de derecho se ha convertido en una costumbre. No sería costumbre lo que se suele denominar "mera costumbre", sino la "convención", las costumbres que la comunidad estima legitimadas y que se ven como algo que debe ser así, conforme es. ¿Cuál es el problema aquí? Clarificar cuáles de esas costumbres son prescindibles y cuáles no para el avance de un pueblo. La convulsión social puede ser importante cuando la Transición de un país como España es cuestionada por individuos que ni la vivieron, por no hablar de la seriedad de leyes como la Ley de Memoria Democrática o cómo se vive el 12 de octubre.

             Lo mismo podemos decir del concepto de "virtud", muy relacionado con el de bien común y con el que muchos vinculan a otros conceptos tan importantes como el de justicia. Este concepto ha sido recuperado de filósofos antiguos como Aristóteles, Cicerón o más modernos como Maquiavelo. Con él se quiere destacar la importancia de la educación de los buenos ciudadanos para hacerlos virtuosos en orden al supuesto bien común. Mejor dicho, a lo que nos referimos es a la educación de ciudadanos comprometidos con el bien común, que participan en las decisiones que afectan al autogobierno y que hallan en esa actividad un modo de vida superior a otro. Pero aquí el problema es también grave: ¿quién determina qué es el bien común? ¿Quién determina qué es ser un buen ciudadano? El riesgo es que se está a un paso de aceptar la coactividad del Estado y el poder coercitivo de la ley con la excusa de educar al pueblo. Y ejemplos en la historia tenemos muchos para ver en qué puede acabar esto. Y sin llegar tan lejos en algún ejemplo, podemos mencionar sólo lo que se ha considerado bien común en las distintas leyes educativas que hemos tenido en estos últimos veinte años. Al final es el poder el que determina qué es ser un buen ciudadano, de ahí la sospecha de muchos ante este tema.

En tercer lugar, la libertad. Se ha escrito todo ya sobre la libertad. Si ésta no existe no hay juego democrático. Pero habría mucho que matizar sobre la libertad tal y como la hemos interiorizado en la actualidad. Los sueños ilustrados de hacer llegar al hombre a través de la libertad a su mayoría de edad han quedado para muchos pensadores en auténtico fracaso en el que la libertad ha sido empeñada para el puro hedonismo y el puro materialismo. Tanto sueño de libertad ha concluido en promover más bien uniformidad y homogeneidad avivando y fomentando la degradación material y espiritual de la persona. La libertad por la libertad no conduce a nada y acaba en proyectos asentados en la nada y para la nada, en mamporro al policía que viene a dispersar un macrobotellón al que fuimos conducidos por nuestras ansias de realización y liberación humanas.

ARCHIVADO EN: Leyes, España