Javier López

NUEVO SURCO

Javier López


Araceli 2021

30/12/2020

Será complicado pensar en el año 2020 que termina sin torcer el gesto hacia algún lado. No pasará desapercibido. Irremediablemente será un año que marcó la vida, de cada uno, de nuestro país, del mundo entero. Estremece la perspectiva: a finales de 2019 hablábamos de la Covid-19 como una anécdota china que a lo sumo llegaría por nuestro terreno en forma de gripe sin demasiada importancia. La palabra ‘coronavirus’ daba grima, producía un cierto sarpullido interior, pero se percibía tan lejana como esos males que habitan en territorios inhóspitos de los que nos compadecemos durante los diez segundos que siguen a la noticia del telediario. Pero esta vez la ola, en forma de tsunami vírico,  nos dio en toda la cara y según fue transcurriendo el invierno pasado el virus fue metiéndose en nuestra casa hasta dar lugar a la primavera del encierro y el confinamiento total que siempre será recordada. Resistiré, cantamos.
Ahora, un invierno después de comenzar todo en China, nos cuentan que ya al menos podemos ver la luz al final del túnel. A esa luz la podríamos llamar Araceli. Con sus noventa y seis años nuestra primera vacunada se puso de domingo para ir a recibir la inmunidad. La ilusión con la que ha acogido el momento es hoy la esperanza más contundente a la que nos podemos agarrar. No hay otra. Seguramente su perspectiva de vida será distinta a la de un joven que se toma con los amigos a mascarilla quitada unos cuantos cubatas a la puerta de un bar, pero sabe que cuanto más vulnerable se es más hay que esforzarse en cuidar el tesoro, hasta que la vida quiera. Por eso se le notaba contenta y aliviada, y ella, desde la residencia Los Olmos de Guadalajara, se ha convertido en un símbolo para todo un país que vive con expectación y ansiedad el momento del desenlace de este drama. Lo vive con el virus de nuevo acechando y en fase ascendente, y así recibiremos 2021. La tercera ola, según los expertos, es una realidad en la que estamos y lo mejor que podemos esperar  es que corra en paralelo a la vacunación masiva y sea ya la última. La vacunación, por lo demás, será un proceso largo del que de momento sabemos que la pretensión y el deseo es que para el mes de marzo estén vacunados el personal sanitario y las personas de gran riesgo. Todo lo demás es una incógnita en la que tendrá que ir demostrándose la capacidad de organización del país, más allá de la gresca política para  la que tan bien dotados estamos  como se ha visto en este año horrible que termina.
Porque ciertamente la gresca política vivida en la Carrera de San Jerónimo ha sido una de las grandes vergüenzas con las que se cierra 2020. A la historia pasaran esas sesiones en pleno confinamiento primaveral con unos políticos tirándose los trastos a la cabeza con total impunidad y absoluta falta de pudor. En ese furor parlamentario, gratuito y obsceno, se ha visibilizado la brecha que hoy por hoy separa a la ciudadanía de sus representantes. Por esa brecha es por la que se suele introducir en los países el virus de la descomposición y el populismo. La crisis política en la que estamos inmersos es uno de los grandes virus que también nos aquejan y que solamente se podrían atajar con un gran pacto nacional que ni está ni se le espera. Al contrario, caminamos hacia los extremos de la polarización y una ciudadanía confinada en los prejuicios de cada cual.
El optimismo de nuevo hay que centrarlo en la condición humana de todas las ‘Aracelis’ que con noventa y seis o veintiséis años se empeñan en levantarse y seguir. Para concluir su vida lo más serenamente posible o para afrontarla a pesar de las dificultades y las curvas, que serán pronunciadas. Será el 2021 el año de la reconstrucción, con o sin el acompañamiento de nuestros políticos, pero muchos serán los que se tendrán que levantar para reinventar su vida profesional, o para reflotar un negocio que a duras penas ha podido aguantar en píe la dura envestida. Los daños colaterales del virus, los que no son sanitarios, perdurarán desgraciadamente más allá de la vacuna y posiblemente sintamos sus secuelas durante unos cuantos años del mismo modo que todavía se sienten las consecuencias de la crisis que hace diez años nos dejó también tiritando. Por eso solamente la ilusión de ir,  como Araceli, a ponernos la vacuna para seguir hasta que el cuerpo quiera es el asidero más seguro al que nos podemos agarrar ahora. Ese no hay nadie que nos lo pueda quitar.