Con el crecimiento exponencial de los medios de comunicación y con la posibilidad de influir en las decisiones, en las tendencias y en las percepciones, nos autoevaluamos como aquellos que son influidos menos que otros. Es el fenómeno psicológico que se conoce como efecto tercera persona. Pensamos que somos más capaces, con más criterio, fuertes, autónomos e independientes que los demás. Si los demás son influidos por informaciones falsas y son susceptibles de recibir distintos influjos en los más diversos temas que puedan orientar su comportamiento en las más distintas direcciones, nosotros nos sentimos con fuerza como para mantenernos íntegros. Mantenernos firmes y libres de todo influjo e influencia. Más. Es que también pensamos lo mismo de aquellos con los que compartimos vida y cariños: los percibimos como menos influenciables.

Pero no es así. Recibimos los mismos estímulos que los demás y somos igual de influenciables que ellos. Voy a contarte un secreto. Tú, que estás leyendo esto, te pensarás a ti mismo como aquel o aquella que puede mantenerse libre de toda mancha, error o influencia. El secreto que te cuento es que no es así. No se trata de coeficiente de inteligencia, ni de personalidad ni de educación. Ya puedes tener tres carreras y dos másteres, como tener la educación más básica y elemental. Todos somos influenciables, aunque pensemos que no.

¿La solución? Saberlo. Conocer cuáles son los mecanismos sicológicos que hacen que los discursos, los mensajes, las imágenes muevan mi intelecto, mi afectividad y mi voluntad. Es que yo no soy yo al margen de las influencias que recibo.