Juan Bravo

BAJO EL VOLCÁN

Juan Bravo


Feijóo

23/05/2022

La llegada de Feijóo a Madrid para celebrar las exequias de Casado y reemplazarlo en el sillón de la calle Génova fue para muchos un rayo de esperanza, pero han bastado unos cuantos meses para darse cuenta de que más allá de sus poses, lo más probable es que todo se quede en más de lo mismo. De nuevo, no tenemos más remedio que recurrir a la vieja metáfora del ciclismo: no es igual, ni mucho menos, correr cuesta abajo  que cuesta arriba; todos los que hemos practicado este deporte sabemos que en el primer caso, y más aún con viento a favor, uno vuela tan rápido que acaba sintiéndose Induráin; el problema empieza cuando la carretera se empina y el viento te da en la cara y ves que se te agotan las fuerzas y te dan ganas de coger la bicicleta y tirarla por el barranco. Una cosa es gobernar Galicia, como don José Bono lo hacía en Castilla-La Mancha, años y años con todo a favor, que plantar sus reales en Madrid, y ver lo que Casado vio cuando lo despeñaban sus propios compañeros.
La política, antaño, era une affaire de masques, hoy, además de las máscaras, están los puñales florentinos, que acechan entre las sombras, a la espera de descubrir el 'tendón de Aquiles' del de enfrente. Había ingenuos, entre los que acaso yo mismo me encontraba, que pensaban que acaso este político veterano y experimentado ('de provincias', claro), tan morigerado y cauto durante aquellos días de 'ruido de sables' y traiciones, venía de Galicia, como tantos y tantos antes que él, para tomar el poder que le servían en bandeja de plata sus íntimos barones, con un plan perfectamente diseñado e ilusionante para cambiar España. Pero la realidad demuestra que no.
Lo que vemos a diario es el show de la señora Gamarra, que le da igual servir a uno que a otro hasta que llegue el día de la verdad; el compadreo de Juanma Moreno, que, como la rana de la fábula, va cogiendo volumen; el presidente de Castilla-León, que no dudó en meter a Vox en su Gobierno, con el consentimiento tácito de Feijóo, un gallego que más que hablar, sentencia, dictamina y rara vez matiza, practicando un maniqueísmo tan execrable como el de don Pedro Sánchez. Los buenos, nosotros; los malos, los de enfrente. El colmo de la guasa lo vimos en el mitin que el pasado miércoles protagonizaron al alimón en Sevilla el señor Moreno y él. Después de despacharse a gusto con el inquilino de La Moncloa al que acusó de «negociar y pactar sus decisiones» sólo «para seguir en el poder»; y sentenció asegurando que observa en él un «enorme síntoma de agotamiento», inició un soberbio panegírico a favor de su candidato, concluyendo con una frase que no tiene precio: «Juanma Moreno es el mayor hecho diferencial de Andalucía en los últimos 40 años», y se quedó tan a gusto. Ante semejante salva de elogios, Moreno, lanzado a su vez, hizo lo propio con su jefe de filas: «Creo –afirmó– que España necesita mucho Feijóo y madurez, sensatez y experiencia». Imagino que muchos de los presentes, ante tal cúmulo de tópicos, pensarían que estaban en Telecinco.
Que me digan en qué se diferencia hasta el momento el lenguaje de Feijóo del de Casado. Uno, en su ingenuidad, esperaba un pronto entendimiento entre Sánchez y Feijóo, cediendo cada uno lo que hubiera que ceder, con miras a que los Rufianes desaparecieran para siempre; pero está claro que esto no lo cambia ni Roque. Y es que Feijóo y el PP saben perfectamente que, con personajes como la ministra Montero en el Gobierno de España, la suerte está echada. Aprobar una norma que permite interrumpir el embarazo a niñas de 16 y 17 años sin consentimiento paterno, supone sin duda una pérdida de bastantes cientos de miles de votos al PSOE. Lo de esta joven ministra es de nota. Iglesias se separó de ella, pero el legado que nos dejó, ahí queda. Esta ministra despide no sé si rencor u odio por todos sus poros, y así es muy difícil hacer política ecuánime. La de veces que uno se acuerda de estadistas de  talla como Julio Anguita y aquello de 'programa', 'programa' y 'programa'.