Ramón Horcajada

Edeumonía

Ramón Horcajada


Teóricos del desamparo

31/03/2022

Hay autores que, por diversas razones, en nombre de cierto realismo han pretendido ceñirse a la descripción de una realidad que se impone por sí misma para hacer descender al ser humano de mundos soñados y utópicos. Aplicado a la política, ese realismo se ha enorgullecido de, como dijera Maquiavelo, renunciar a falsos proyectos que generarían la ruina humana y reducir todo a propuestas de fría gestión de lo existente, provocando así una desvinculación entre la ética y la política que han dejado a nuestro mundo a la intemperie.
Schumpeter, por ejemplo, afirmaba que hemos pasado de la teoría clásica de la democracia a otra concebida meramente como competencia entre élites por conseguir el poder y el liderazgo político. Del "bien común" de la democracia clásica, habríamos pasado al "caudillaje político" en el sentido de que nuestra democracia habría sido reducida a la elección de hombres concretos que han de tomar las decisiones. Y esto, para el austriaco, es un avance respecto a la visión clásica de la democracia. ¿Por qué? Porque ahora el individuo ya no es considerado como sujeto racional de política, sino como ignorante y falto de juicio en cuestiones de política nacional e internacional.  De ahí que nuestro autor defina el proceso político como la lucha competitiva de las élites por los votos de un electorado pasivo por medio de las técnicas más descaradas de la propaganda comercial dirigida no a convencer mediante argumentos racionales (cuestión en la que un ciudadano normal no supera el límite racional de un niño o un hombre primitivo, como afirma), sino a conectar con lo subconsciente. Bien común, voluntad popular son reducidos a mera retórica de los partidos. La democracia no es un ideal moral sino "gobierno del político". Y el pueblo es reducido sólo a una cuestión:  aceptar o rechazar a los hombres que le gobiernan. De la 'voluntad del pueblo' hemos progresado a 'la voluntad del político' y la propaganda de masas, elemento central de esta democracia, convierte el proceso político en un mercado más. Al ciudadano le competería algo tan sencillo como votar y callar. Lo demás es imagen de los partidos y propaganda descalificadora del contrincante. Emocionalización de la democracia. 
Las actuales teorías económicas de la democracia proclaman a Schumpeter uno de sus patriarcas junto a Pareto o Sartori, aunque el padre ideológico de todos ellos es M. Weber. 
El caso de este último es curioso. Este tipo de democracia para él era la correcta, aunque conllevaba varios peligros: la obediencia ciega al líder; la reducción de todo a las emociones; el predominio del ejecutivo sobre el legislativo, por lo que el Parlamento acabaría convirtiéndose en un grupo de «borregos votantes perfectamente disciplinados» (por encima del Parlamento están las maquinarias de los partidos y los discursos parlamentarios ya no son intentos de convencer al adversario sino declaraciones oficiales dirigidas al país 'desde la ventana'); y, en cuarto lugar, el aumento de la burocracia de los partidos y de la política, partidos patrocinadores de cargos en vez de portadores de ideales.
Insisto en que, aun viendo estos peligros, Weber aplaudió ese principio del dominio de un pequeño número de hombres sobre la mayoría. «Así debe ser», dice él. Y siempre defendió la superioridad de esos pocos convertidos en grupos dirigentes frente al pueblo. La cabeza de esos grupos debe ser el líder carismático, un líder legitimado democráticamente y cuyo carisma es también legitimado por la voluntad de un pueblo dominado. 
Una democracia sin líderes, concluye el alemán, caracterizada por el esfuerzo de aminorar la dominación de unos hombres sobre otros, ya no puede existir en un Estado de masas. Ya no es posible dar marcha atrás en el funcionamiento de nuestro mundo y el liderazgo político sería la única salida para que la política estuviese por encima de la economía, así como para encontrar un núcleo de cohesión social que contrarrestase la división de clases dentro de nuestras sociedades. El líder puede asegurar la realización de los fines políticos realmente dignos frente a los poderes económicos y la democracia sería ese proceso de selección del líder.
Habría multitud de aspectos a destacar, pero creo que las democracias actuales cavaron sus propias tumbas el día en que realmente asumieron, consciente o inconscientemente, propuestas como las que acabamos de presentar. El olvido de lo común, de lo político, nos ha abocado a un mundo como el nuestro, sin compromiso ni responsabilidad. Hemos olvidado que la persona es pura tensión entre su ser y su deber ser. Y esta tensión con su deber ser incluye su implicación en la construcción de un mundo que posibilite su propia realización. Mi ser soñado incluye un mundo soñado, son inseparables, y un mundo que no responde a esa dinámica de la persona hace de ella un ser huérfano, desahuciado y abandonado a su más profundo desamparo.
    
 

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