Antonia Cortés

Desde mi ventana

Antonia Cortés


El contenedor de comida

14/10/2021

Llegó desde Polonia a España hace un par de años. Nunca habla del motivo. Quizá un amor apasionado que fue perdiendo fuerza como el fuego cuando los leños se van consumiendo; quizá las ganas de nuevas aventuras como las que imagina un niño en su particular mundo de juegos. El caso es que decidió amarrar el barco de su vida lejos del lugar de donde había partido y comenzar de nuevo, sin miedo, aunque con cierta cautela.
Los primeros meses, tiró de esos ahorros que fueron creciendo con el único deseo de poder coger un avión, y volar lejos; luego, cuando buscó y consiguió pequeños trabajos que no le quitaban demasiado tiempo, decidió emplear el dinero ganado en ampliar sus estudios de hostelería. Y así fueron pasando los meses, entre la incertidumbre y la sensación de haber tomado la mejor decisión.
Una mañana de esas que uno se permite el lujo de no mirar el reloj, se levantó pronto, cuando aún los primeros rayos del sol mostraban cierta debilidad, cuando el silencio de las calles dormidas trasmite la calma de un paseo sin necesidad de destino. Dejó a un lado las grandes avenidas y se adentró en el corazón de la ciudad por sus pequeñas arterias. Un pequeño local, vacío y con un cartel de "se alquila", llamó su atención. En el escaparate aún se exponía una tarta de chocolate. Ni el polvo acumulado por el cierre del negocio ni la sensación de abandono rompieron su sensación. Apuntó el teléfono y retornó con la sonrisa en los labios y la emoción en el bolsillo.
Su proyecto no tardó en hacerse realidad. La ayuda recibida, los astros, el deseo, la suerte…o todo junto lo hicieron posible. En su pequeño escaparate comenzó a exponer sus dulces y poco a poco la voz se fue corriendo por el barrio. Todo era perfecto, pero una noche de camino a casa apreció que arrastraba cierta tristeza. Los días anteriores, no al cerrar su negocio, sino al salir de él hora y pico más tarde, había comenzado a ver cómo diferentes personas buscaban comida en el contenedor de un supermercado cercano. Él también contribuía a llenar esos cubos con sus pasteles. Se sintió mal.
Tras varios días dándole vueltas a la cabeza, vio en internet la posibilidad de vender a última hora sus dulces a mitad de precio. Así fue como comenzó a no tirar nada; a colocar lo sobrante en bandejas para ser aprovechado por otros. 
Y pasaron más meses entre el esfuerzo y la felicidad.
Una mañana, de camino a su pequeño local, escuchó las medidas que se van a imponer para no desperdiciar tanta comida. En España, nada menos que 7,7 millones de toneladas al año. Pensó en su tierra, en su niñez, en sus sueños, en el contenedor lleno de alimentos del supermercado…Y como un niño que acaba de meter un gol, saboreó el placer de las cosas bien hechas y se sintió orgulloso.

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