Antonio Herraiz

DESDE EL ALTO TAJO

Antonio Herraiz


Un blanco fácil

24/09/2021

Eso de que el pueblo es soberano es una de las grandes mentiras de este país. El pueblo casi nunca decide: o no le escuchan, o no le tienen en cuenta. Esto es así porque lo que han conseguido los inventores de la democracia moderna es secuestrar el parlamento para convertirlo en soberano. Conclusión: a la gente, que la den. A partir de ahí puede pasar cualquier cosa. Ultrajado de esa condición, el campo de acción del pueblo ha quedado muy reducido y se ha reconvertido en el gran juzgador dentro de las plazas públicas del momento que son las redes sociales. No se trata de una suma de individuos. Es la masa escondida detrás de perfiles anónimos que fijan su objetivo en un blanco que, por lo general, no puede o no quiere defenderse.
Los periodistas son siempre un recurso sencillo para descargar la ira acumulada. La culpa, siempre del mensajero, al que pocas veces se había vilipendiado tanto, con razón o sin ella. En esa corriente peligrosa se han sumado los populismos, de izquierdas y de derechas, que ven cómo el periodismo no afín puede suponer un serio problema para una estrategia que no permite control alguno. Es bueno fijarse en esos excesos contra la prensa de un lado y de otro. Lo habitual es que desde una ideología en cuestión solo se mire a la contraria, omitiendo cuando esas sobradas la están haciendo los que supuestamente están alienados con tus ideas o próximas a ellas. Hemos visto como, ante los desmanes de Vox, el Gobierno y las asociaciones de periodistas se ponen estupendos, pero cuando desde Podemos o el PSOE señalan a periodistas, callan, consintiendo actitudes nada edificantes para un sistema democrático que necesita de contrapesos.
Las situaciones límite son en las que mejor se mueve el pueblo anónimo para ridiculizar a los encargados de contar lo que está pasando. Lo comprobamos durante la pandemia y lo estamos viviendo durante la crisis volcánica en La Palma. Está claro que el periodista no puede saber de virus y de volcanes a la vez. O de un conflicto internacional como el que se sigue cociendo en Afganistán y del cultivo del champiñón. Al periodista hay que pedirle que nos cuente lo que ve y que, cuando quiera explicar lo que está sucediendo, se rodee de los que más saben de esa determinada cuestión, para intentar resolver las dudas que todos nos hacemos.
El problema de la profesión me da que no va por ahí. Ni su gran enemigo es la estrategia política que persigue su control, ni lo es que el pueblo, otrora soberano, se dirija contra este débil actor. El reto al que se enfrenta este oficio es el de saber resituarse en cada momento sin necesidad de competir con algo que no tiene nada que ver con el periodismo. La inmediatez de las redes -sobre todo, en momentos de catástrofes- debe ser visto como una oportunidad para aportar algo diferente. Comprobado está que los nuevos canales de difusión no pasan por ningún filtro y eso provoca que lo que se vende aparentemente como información lleva en demasiadas ocasiones a la falsedad. Ahí es donde la prensa tradicional tiene que ganar la batalla. Seguir aportando credibilidad bajo parámetros que permitan aportar las claves más básicas de la información sin necesidad de sobreactuar. No siempre se va a poder competir con la foto del primero que pasaba por allí o con el vídeo captado en un momento de oportunidad involuntaria. En cambio, la profesión sí debe aglutinar y conservar todas esas virtudes para que el oficio más bonito del mundo no ponga en evidencia sus miserias y contradicciones.