José Luis Loarce

Con Permiso

José Luis Loarce


Al cine con Woody

06/10/2020

La última película de Woody Allen, como saben, es Rifkin´s Festival. La rodó en Donosti durante el festival de cine del año pasado y se la produjo Roures, metido también en los negocios del fútbol televisado. Porque al gran genio neoyorquino acabaremos adoptándolo en España. Allí le han declarado muchos una especie de inquisición mentirosa y puritana, pintada de falsa moralina, sin pruebas que judicializaran las acusaciones, y ha sido Alianza quien le ha editado en español las memorias, A propósito de nada, que no quieren publicarle los americanos.
El viernes, en una tarde prematuramente invernal que invitaba al abrigo cálido de la gran pantalla —y día del estreno—, solo nueve almas pagamos los siete euros que Filipo cobraba en su taquilla solitaria y transparente de los multicines Las Vías (abiertas nueve salas de catorce). Qué lejos ya aquellas tardes, 1979, de llenazos en el cine Castillo con la película Manhattan. Pero qué cercano siempre el cine de este Allen fustigador de pedantes, hipocondriaco e irónico como nunca, amante del amor y extasiado con nuestras ciudades más fotogénicas, que no renuncia a sus dudas de identidad, su psicoanalista y su pasión por los clásicos, sobre todo europeos, a los que esta vez rinde un descarado homenaje, casi testamentario.
No será este un Woody talla XL, pero a los 85 que va a cumplir pocos pueden levantar una filmografía con medio centenar de títulos y varios magistrales, vaya. Reviso alguno que otro, de vez en cuando, y todavía siguen vivos, incluso sus chispeantes comedias del principio, aunque uno se confiese parcial, muy parcial, al respecto, y me duela escribir que Vicky Cristina Barcelona, la primera que rueda aquí, en 2008, sea la peor con diferencia de toda su carrera. Acudan a este Rifkin´s Festival que se pasea por la Concha y el Bulevar donostiarra, entregado a la belleza y al ambiente del certamen donostiarra; a disfrutarlo en la sala oscura con la pasión de los fuertes.
De camino al cine, nos cruzábamos con dos chicas, una abrazada a una botella de whisky —como tal vez por la mañana se abrazaría a sus carpetas al salir de clase— me recordó, por un instante, a la mujer que pedía limosna llevando en brazos un cochinillo a modo de bebé, al que Fernando Rey le hace carantoñas, en la película Ese oscuro objeto de deseo, de Buñuel, cineasta al que también versiona aquí Woody en su imperecedera El ángel exterminador.