Francisco García Marquina

EN VERSO LIBRE

Francisco García Marquina


Diez justos

02/11/2021

La Biblia es un manantial de sentencias y preceptos sobre la relación del hombre con la divinidad dentro de una literatura del género fantástico que me resulta fascinante. Las puestas en escena de los israelitas atravesando el mar Rojo a pie enjuto o de Moisés bajando del monte Sinaí con las tablas de la Ley me parecen espectaculares. También me intriga la propuesta de casos límite de moralidad, como es la orden divina para que Abraham sacrifique a su hijo Isaac o el suicidio de Sansón para aniquilar a los filisteos. Son historias que hoy día se desconocen pero dignas de reservarles un espacio en esta columna, como la de Sodoma y Gomorra porque está cargada de destellos de modernidad.
Estas dos ciudades, junto con otras tres menos nombradas que fueron Admá, Zebolim y Bella ocupaban la misma fértil tierra del valle de Sidim que se describe como paradisíaco.
Las gentes de Sodoma y Gomorra disfrutaban de una vida placentera entregados a un desenfreno de los placeres, siendo aficionados al trato sexual entre varones, al extremo de que han dado nombre a lo que habría de conocerse como sodomía. Aparte del rijo desmandado, sobre el que hoy no se repara, lo peor es que eran altaneros, ociosos y no atendían la mano del menesteroso ni de los peregrinos que llegaban hasta sus murallas y carecían del temor de Dios. Y el Señor lamentaba que «se llenaron de soberbia, e hicieron abominación delante de mí».
Con estos antecedentes Yahvé decidió enviar a unos ángeles para que le reportasen de primera mano lo que vieran en Sodoma. Bajados del cielo y con apariencia humana tomaron camino a la casa de Lot que era sobrino de Abraham. Y aquí vino la catástrofe porque los libertinos sodomitas, así que los vieron guapos, quisieron beneficiarse a los tres emisarios. Pero los ángeles  enseñaron ya sus alas y mostraron su poder celestial, y con la consigna profética de 'sólo sí es sí', pararon en seco y cegaron a sus pretendientes que rodaron por los suelos.
Por este suceso desgraciado, los ángeles le dijeron a Lot que cogiera a su familia y huyera de la ciudad porque iban a lanzar sobre ella un fuego destructor. Asustado, y antes de hacer las maletas, Lot fue a contárselo a su tío Abraham, y éste le pidió a Yahvé que perdonara a la ciudad en la que había gente decente. Y aquí vino el famoso regateo en que el Señor, que empezó exigiendo al menos cincuenta justos, accedió a bajar hasta diez: «Si encuentro en Sodoma diez justos, perdonaré a todo el lugar por amor de ellos». Pero no se encontraron.
En esta historia hay un curioso final sobre la mujer de Lot, a la que Yahvé pide que al dejar la ciudad sobre la que empieza a llover fuego y azufre, no mire atrás. Pero ella desobedece y el Señor la castiga convirtiéndola en estatua de sal. ¿Tanto rigor sólo por su curiosidad? Más bien por desafección pues no conseguía separarse del pasado por el que se sentía atraída.
 No hay Dios al que le gusten nuestros pecados de corrupción, especialmente los de quienes nos representan y gobiernan, pero de 'justos' vamos 'sobrados' porque en España hay no sólo diez sino millones de buenas personas. Pero no pequemos de suficiencia porque nadie sabe qué ratio o porcentaje va a exigirnos Yahvé en esta ocasión para salvarnos del desastre.

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