Antonia Cortés

Desde mi ventana

Antonia Cortés


Versos

01/10/2020

No conduce. Un taxi le recoge en la puerta. Pide bajar la ventanilla, porque entre la mampara de metacrilato y la mascarilla siente que no puede respirar bien. El taxista le pregunta si pone más alto el aire acondicionado, pero él le explica que lo que necesita es sentir el frescor en su cara para no tener la sensación de que está metido en una urna de cristal. Hace una nueva petición, que apague la radio, que dejen de escucharse las voces de esos políticos que han conseguido cansar a una ciudadanía con tantos insultos, mentiras y manipulaciones. No hay problema.
El viaje se hace en silencio. Se dirige hacia la casa de un amigo que no está y que ya no volverá a estar, pese a que permanecerá a su lado hasta que también él deje de existir. Va con la hora pillada como casi siempre. Los que han crecido en ciudades chicas no se acostumbran a las distancias ni al tráfico de las grandes urbes. Nunca calculan bien. Siempre piensan que hay margen, pero el pensamiento se deshace en cuanto llegan a esa calle eternamente atascada, sea la hora que sea, y echa por tierra todos los cálculos. No pasa nada, piensa, al menos nadie le espera solitario en mitad de la calle o en un restaurante.
Durante el recorrido se van sucediendo los recuerdos vividos con ese amigo del que tanto aprendió, con ese gran lector con el que recorrió los versos de Antonio Machado, Félix Grande, Federico García Lorca, Miguel Hernández, Vicente Aleixandre… Al que tantas veces escuchó recitando. En algunas ocasiones, en el escenario; en otras, mientras disfrutaban de una infusión o un buen vino tinto al caer la noche con el monte Abantos de testigo. Largas veladas que ahora en el recuerdo siente con un agradecimiento eterno por saberse privilegiado de haber vivido tan hermosos momentos.
Una mujer joven le abre la puerta. Antes de tocar el timbre ha permanecido unos minutos quietos, en la oscuridad del pasillo, intentando deshacer ese nudo que la unión de muchas emociones juntas provocan inevitablemente. Era la primera vez que se veían aunque ya habían intercambiado algunos mensajes. Le invita a pasar, cuando va a hacerlo siente que algo roza sus piernas. Es un gato negro. Se queda paralizado, entre la superstición y el miedo. No sabe si ella es consciente. Segundos más tarde, el gato se ha tumbado tranquilamente en el sofá como si de esa forma le autorizara el paso. Entonces recuerda que en esa casa no podía faltar este animalito. Lo mira y, por un instante, le parece ver a su amigo sentado al lado que le dice siéntate. Lo imagina, claro, peo la visión es tan real, que no duda en aceptar ese menta poleo que la sobrina le acaba de ofrecer, mientras cree escuchar esos versos amados que tantas veces compartieron.