José Luis Loarce

Con Permiso

José Luis Loarce


Spielberg

28/02/2023

Si hacer artículos dijo alguien es como escribir en el agua, hacer cine es como pintar sombras, como dibujar ilusiones con la luz. Si se escribe para conocerse, es posible que el cine sea otra forma de escritura que relata una vida cómplice o sustitutiva, mientras vamos dilucidando cuál es la real o la ficticia. Viene a decir Spielberg en Los Fabelman, la película sobre su familia y el descubrimiento del cine, que la pantalla no es la vida, pero es el cine lo que revela la realidad oculta, el secreto que transforma su adolescencia, aunque haya que saber si la línea del horizonte ha de estar arriba o abajo del plano, como aprende directamente de John Ford en esa escena final que merece por sí sola el precio de la entrada.
El llamado rey Midas del cine, que ha emocionado al mundo con muchos títulos y un puñado de obras maestras que no necesitan citarse aquí —acordarme solo de esa pieza inicial, casi abstracta en su desnudez que es El diablo sobre ruedas—, el cineasta que ha producido ingresos de 11.000 millones de dólares, aunque asegura que ha trabajado con la misma independencia que Godard o Truffaut, sin pensar en la audiencia, ahora viene perdiendo su magia en las taquillas. Al creador de mitos populares, artífice de un imaginario que forma parte de nuestro acervo cultural, no le siguen ya tantos espectadores como antes, lo dicen la tiranía de las cifras. ¿Han cambiado los gustos? ¿Ha perdido genio Steven? A sus 76, la última entrega demuestra estar en plena forma. Cierto es que el cine no es la experiencia colectiva en una sala oscura. Que muchos cinéfilos de mi generación han trocado el aura del viejo o nuevo cinematógrafo por el empacho domiciliario de series de las plataformas televisivas, productos comerciales por entregas bien manufacturados que no pueden competir con la noción artística de autor que tiene el cine. Y que la pandemia —siempre la justificación a mano— ha contribuido además a la pérdida de hábitos sociológicos.
Spielberg, con sus personajes de inquebrantable sentido ético, de moral fordiana, ese espíritu de solidaridad familiar, de aventurera fantasía y de libertad, ha atravesado todos los géneros y reinventado el cine desde comienzos de los años 70. Tener a mano su autobiografía en Los Fabelman, obtenga o no óscars para sus siete nominaciones, es una suerte que compartimos todavía, un refugio y, como todo buen cine, un lenitivo para la vida que además nos retrata a la velocidad de 24 fotogramas por segundo, o eso quiero seguir creyendo, como cuando el mundo no era un bálsamo digital, no había llegado a nosotros la censura boba que nos invade —podíamos leer a Roal Dahl sin adecuaciones a las sensibilidades actuales— y todavía creíamos casi que el tren de los hermanos Lumière nos arrollaba de verdad. Huyan al cine.