En todos los sondeos internacionales, España aparece como uno de los países favoritos para vivir. Por cómo se nos percibe y por lo que somos. Un lugar seguro, con buen clima, un sistema sanitario robusto, muchas cosas que ver y que hacer, buena dieta, precios relativamente bajos -sobre todo fuera de las grandes ciudades-, un sistema educativo aceptable... El paro y los salarios siempre nos bajan la nota. Pero, ¿cómo sería vivir en España con un sueldo holandés, británico o japonés?
La respuesta a la pregunta no es un brindis al sol porque la pandemia ha disparado una tendencia en ciernes: la mayoría de las grandes y medianas empresas de sectores como el tecnológico han empezado ya a asumir que el mundo de las oficinas, al menos de sus oficinas, está destinado a morir.
¿Para qué contratar a la persona más adecuada en cincuenta kilómetros a la redonda pudiendo contratar a la más adecuada del mundo? ¿Por qué perder dos horas al día en transportes públicos o en el coche? ¿Por qué gastar recursos materiales y energéticos en mantener enormes oficinas y todo lo que las rodea?
Se espera que una de las grandes tendencias de los próximos años sea una deslocalización de la fuerza laboral. Y ahí es donde debería entrar cuanto antes España. De la misma manera que hemos sido capaces de atraer turistas o jubilados, deberíamos estar en condiciones de convertirnos en uno de los grandes destinos de teletrabajo. De hacer que vengan a trabajar desde aquí, consumiendo aquí e, idealmente, pagando impuestos aquí. Tenemos ya algunas figuras burocráticas para ello, pero habría que hacer más, por ejemplo un régimen fiscal adecuado y facilidades para el traslado.
Quizá nunca consigamos nunca ser el Valle del Silicio europeo, ni la nueva gran fábrica del Mediterráneo, pero a lo mejor podemos apuntalar nuestro modelo de servicios atrayendo a cientos de miles de trabajadores extranjeros cualificados con salarios mejores que los de aquí. Podríamos llamarlo el sueño español.