Javier López

NUEVO SURCO

Javier López


Los últimos de Filipinas en Comillas

08/02/2023

Cuando un establecimiento como el bar Filipinas de Comillas (Cantabria)  cierra, algo del alma del pueblo se va irremediablemente. Este mes de Enero nos ha dejado a los amantes de este pueblo la triste noticia de la muerte de Titi, el propietario del bar, la persona que junto a su hermano gemelo, Nando, han sostenido uno de los lugares más emblemáticos del municipio durante los últimos cuarenta años.  Este último verano se veía venir, Titi no mejoraba, apenas se le veía ya por allí,  Nando estaba cansado, el futuro del bar se presentaba oscuro, y, sin embargo, me gustaría que hubiera algún remedio, a toda la fiel clientela del Filipinas nos gustaría. Hablamos de algo más que un bar.
Pisé Comillas por primera vez en el 2000. Era un joven veinteañero sumergiéndome por el norte, en esa sensación que nos produce el verdor a los que estamos acostumbrados a la meseta, y junto con mi amigo Juanje estuvimos una tarde por Comillas, de paso, camino hacia Santander y de regreso de Covadonga ya de vuelta a Madrid. Esa tarde descubrí los dos lugares que iban a ser después referencias ineludibles en mis estancias en el pueblo, estancias que continúan hoy en día y espero que sigan durante toda mi vida: el hotel Esmeralda y el bar Filipinas. El primero para dormir y para tertuliar por la noche con el dueño, Gilberto, y compañía; el segundo, para comer, con Nando como interlocutor al otro lado de la barra. Aquella tarde veraniega del año 2000  mi amigo y yo estuvimos tomando algo en el bar, y les recuerdo a los dos allí, un poco imponentes, Titi y Nando, repartiéndose la barra, fortachones y gemelos. Luego, tiempo después, en otras temporadas en Comillas, fui fortaleciendo la amistad con Nando.
Cuando hace un par de meses me dijo Nando que el Filipinas ya estaba cerrado se me vino el pequeño mundo que tengo construido allí un poco abajo. El Filipinas es parte del alma de Comillas, como el palacio del Sobrellano, Corro Campios, la escultura del ángel en el cementerio, o el Esmeralda. Uno de esos bares de barra larguísima y comida casera que están desapareciendo, sí.  Un bar de amplísimos ventanales desde donde se contempla la lluvia cuando llueve (con frecuencia) o el sol cuando brilla y entra. No sé cómo nos vamos a apañar ahora, algo habrá que hacer. Me gustaría pensar que cuando vuelva siga estando allí el Filipinas tal y como lo hemos conocido siempre, que esto tuviera alguna solución, que al menos el que llenara ahora ese local lo hiciera manteniendo la esencia del Filipinas, y sé que puedo estar expresando un deseo imposible. Desde aquí lo sigo imaginando abierto, lleno de vida como siempre, con su peculiar bullicio.
Y me alegro, -que quede constancia-, por Nando, que necesitaba descansar tanto o más que un «papardo» veraneando en Comillas, y que le podamos seguir disfrutando. Y que Titi descanse en paz, pero quería dejar escrito este testimonio porque en los pueblos hay bares tan emblemáticos y llenos de vida que cuando cierran se va con ellos una porción importante del alma de aquel lugar. Mi homenaje al Filipinas lo es a todos esos bares que estructuran vitalmente muchos de nuestros municipios y que cierran para dar lugar a otra cosa que nunca será lo mismo. Esos bares son como los últimos de Filipinas, que mantienen alzada una bandera contra viento y marea, a pesar de las dificultades tremendas por las que atraviesan en nuestro país los autónomos, a pesar de una pandemia que les ha mantenido cerrados a cal y canto como lugares superpeligrosos, a pesar del cambio de hábitos de la gente joven que se monta la vida alrededor de un banco y cerca de un sitio donde les vendan barato la lata de cerveza y los ingredientes del cubata.
Nuestros bares son sustituidos por franquicias impersonales o se convierten en perfumerías sin clase, pero dejan de ser en los pueblos y en los barrios el alma de la patria y su mejor parlamento. He puesto el foco sobre un bar de Comillas por el cariño que lo tengo y porque forma parte de mi vida, pero seguro que la mayoría de los españoles tenemos en mente alguno de ellos, y hemos lamentado su cierre. Ojalá se pudieran proteger ciertos establecimientos como bienes de interés público y que cuando los propietarios lo dejaran fueran traspasados con condición de que su esencia fuera mantenida. Sería bueno para todos. Al Filipinas, desde luego, le iría muy bien seguir siendo el Filipinas, un buen negocio que funciona seguro.