Juan José Laborda

RUMBOS EN LA CARTA

Juan José Laborda

Historiador y periodista. Expresidente del Senado


La regionalización de un símbolo antaño nacional

02/05/2021

La derrota de los Comuneros en Villalar, cuyo 500 Aniversario se acaba de conmemorar sin especial relieve, ha pasado de ser símbolo nacional, a tener poco más o menos significado regional. Creo que esa mutación semiológica puede darnos pistas de la insatisfacción que produce la actual forma y contenido de la Comunidad de Castilla y León.

Mientras la globalización que padecemos, con la política derrotada por fuerzas económicas que escapan a todo control, y los símbolos condicionando más que las decisiones de gobierno, no es extraño, por lo tanto, que Castilla y León, carente de símbolos compartidos entre las provincias, las comarcas y los grupos sociales, encuentre como proyecto político regional una cuesta arriba institucional de casi imposible superación, especialmente, si se propone un programa de regeneración democrática y económica que sacuda las inercias que hoy se traducen en emigración de los más jóvenes, malestar social en las ciudades y conformismo cultural en ámbitos como la universidad y los medios de comunicación. El reciente debate de moción de censura en las Cortes de Castilla y León, saldado entre la desilusión o la indiferencia, podría ser el microcosmos de una región cuya satisfacción consiste en que apenas ocurren grandes cosas.

Al 23 de abril de 1521, ejecución de los comuneros en Villalar, le ha sucedido lo mismo que al 2 de Mayo de 1808, el levantamiento de Madrid contra los franceses: ambas ya son tan sólo fiestas regionales.

El 2 de Mayo fue una fecha de resonancia nacional, y la derrota de los comuneros fue objeto de grandes debates políticos desde las Cortes de Cádiz, y hasta la II República, debates que se extendieron a todas las corrientes ideológicas españolas durante ese prolongado periodo de tiempo.

En efecto, lo mismo que se recuperaron las figuras de los conquistadores Cortés y Pizarro, olvidados durante siglos, de nuevo, Padilla, Bravo y Maldonado fueron reivindicados como héroes de la libertad por los liberales de las Cortes de Cádiz. José Marchena, Blanco White, Martínez de la Rosa, Agustín Argüelles, Manuel José Quintana, el conde de Toreno, y unos cuantos más, contribuyeron con sus discursos y escritos a construir el mito liberal de los comuneros, que tuvo pronto una dimensión nacional.

Pero los comuneros nunca alcanzaron a ser un mito o ejemplo verdaderamente nacional. A los comuneros le pasó lo mismo que a tantos símbolos de la libertad en España. A la idea de la Constitución, para empezar. Las plazas de tantos pueblos y ciudades de España se han denominado Plaza de la Constitución, cuando se vivía en etapas con libertades públicas, y han sido rebautizadas como Plaza de España (o de Euskadi o Catalunya) cuando el gobierno rechazaba la idea constitucional.

Una vez más, reitero mi opinión de que la Libertad ha tenido muchas más dificultades que la Justicia para integrarse dentro de los fundamentos del Estado constitucional, desde la primera Constitución de 1812. A diferencia de otros países europeos, en los que la libertad fue bandera de amplios sectores de la nobleza, la burguesía y las clases populares, en España, la decisiva influencia de la Iglesia española, impidió que el derecho a la libertad fuese instaurado con la misma normalidad que, por ejemplo, el derecho a la justicia social.

Siempre me ha interesado -y sorprendido- el éxito editorial y popular que tuvo el panfleto que escribió un sacerdote catalán, Félix Sardá y Salvany, significativamente titulado El liberalismo es pecado. La primera edición es de 1884, el año que el rey Alfonso XII -por contraste inaugura el ateneo de Madrid, templo del libre pensamiento; en los primeros meses, ese libro llega a vender 100.000 ejemplares, pronto es traducido al catalán y al vasco, y su éxito llegó al siglo XX; la última edición ha sido del 2009.

Tengo la impresión que el poco aprecio del liberalismo por parte de la sociedad española, y consecuentemente, de sus más importantes corrientes políticas democráticas, está detrás de la mala suerte que tuvo (y tiene) el símbolo de los comuneros. Desde luego, su mala suerte está unida al desgraciado destino del liberalismo en la primera mitad de siglo XIX. Pero es interesante, aunque también decepcionante, que con la Restauración, un historiador y político muy identificado con Antonio Cánovas del Castillo (fue su ministro del Interior), Manuel Danvila y Collado (1830-1906), publicó una gran obra de investigación histórica, titulada, Historia crítica y documentada de las Comunidades de Castilla (1897-1900), en la que el autor no ahorra criticas y descalificaciones a los comuneros, dentro de la ideología machaconamente antiliberal. Es sorprendente, como comentó el gran historiador de las ideas, José Antonio Maravall (1911-1986), que Danvila publicó íntegramente documentos del tiempo de los comuneros, que desmentían completamente sus opiniones y conclusiones.

¿Por qué hubo tanto rechazo al liberalismo y a los comuneros, hasta llegar a no ver la verdad de los documentos, como fue el caso de Danvila? Lo veremos en la próxima carta. Cuídense, que merece la pena.