José Luis Loarce

Con Permiso

José Luis Loarce


Ventanas

24/01/2023

He visto que las ventanas tienen párpados y que algunas se cierran definitivamente como los que habitaron dentro/detrás de ellas, aunque a veces se camuflen en terrazas encristaladas ganando/perdiendo espacios. Esos dos huecos cancelados de un primer piso donde vivió un amigo desaparecido: ahora atisbo que las persianas se mueven de nuevo en un parpadeo de otros ojos, como abriéndose a la luz o a mi recuerdo, cuando nos saludábamos desde la calle durante el confinamiento.
Esas ventanas de la imaginación, la duda o la memoria a cuyo interior se asoma el invierno de mi melancolía. Porque la ventana es también una metáfora de fuera hacia los adentros, un asomarse al interior. Cuando estamos en Alemania, donde visitamos a uno de los hijos, me sorprende siempre esas ventanas nunca obturadas con persianas ni rejas, apenas un visillo transparente, una cortinita leve, una pequeña planta en el alféizar, algún objeto decorativo, el hueco de luz familiar y apacible que casi te obliga a mirar hacia otro lado, como si invadieras una intimidad ajena. Obsesivos buscadores ellos de sol y muy conscientes de su libertad, de poder mirar siempre al jardín en la noche o a los robles gigantones que se mueven en un baile acompasado de verdor y lunas; tampoco se amurallan con setos o tapias, como si la trasparencia de sus vidas fueran la equivalencia de esas otras miradas que nunca chocarán contra ti, ajenas, intraspasables, miradas que apenas si te rozan.
Miro ahora por el ventanal cuadriculado de mi estudio y no deja de ser un encuadre de cámara impremeditado: árboles deshojados, el abeto orgulloso de sus hojas, una rotonda con cámara, una gasolinera, una fricción rodante, el lejano rascacielos del silo solo decorado de nubes. No podría ver ningún crimen exterior, como el fotoperiodista escayolado James Stewart en La ventana indiscreta, porque las ventanas son ojos mudos que pueden matar, no hay mirada del todo inocente; y son huecos hacia el interior del alma, como bien demostró en su pintura Edward Hopper, retratista de la soledad en interiores. En mis soledades de cafés madrileños me gusta recordar los ventanales del Comercial en aquellas mañanas vacías o ese otro café, junto al cine Princesa, donde no se caía nunca de la cartelera Asignatura pendiente.
Ventanucos como troneras en cuevas manchegas o pomposos miradores burgueses, vitrales góticos que divinizan la luz o los muros-cortinas transparentes de la Bauhaus… La vida es el recuadro en un ventanal. Hay tantas como observadores y contempladores de la vida, como viajeros infantiles absortos en las ventanillas de un lento tren de vapor («es peligroso asomarse al exterior», decía un rótulo), mis añejos fotogramas de humo y carbonilla.

ARCHIVADO EN: Alemania, Gigantones