José Rivero

Doble Dirección

José Rivero


Levantar la mirada

03/07/2020

Sólo al final de estos días de confinamiento y espesura, la escritura ha remontado cierto vuelo y ha respirado la normalidad alada y pretendida, con temas más llevaderos y soportables. Yo mismo, y en estas páginas de La Tribuna, la pasada semana -que parece que ya ha transcurrido más de un siglo-, me dedicaba a la recensión de una antología poética de Castilla-la Mancha: Brújula. Poesía de/en Castilla-la Mancha, realizada por Alfonso González Calero, y que supone la despedida y colofón de la colección Añil Literaria. Todo ello, frente a lo que había sido el tono precedente, que arrancaba el 13 de marzo con el artículo Mirar hacia adentro, que se replicaba con el publicado en el digital Miciudadreal, ‘Crisis el mismo día de marras’. Artículos todos ellos y otros más, pesarosos y preocupados, que contrastaban con los artículos y textos de la liberación, en los que uno podía hablar de la biografía de Woody Allen -A propósito de nada-, del proyecto de Museo Imaginario de André Malraux o de la casa Schreiber en Hamsptead diseñada por James Gowan en 1964.
Sólo al final de estos días de confinamiento, la escritura ha remontado cierto vuelo y ha olvidado la prosa doliente que ha ocupado todos los días de confinamiento, vivido más como un destierro inverso que como una clausura. Y es que toda escritura, incluida la más liviana, la más descomprometida y superflua, acaba arrojando pistas de su procedencia y de su mestizaje. Por ello, la opción de ficción/no ficción acaba, a la postre, haciendo aguas, en la medida en que toda escritura, incluso las citadas antes, acaba reflejando su génesis y su procedencia. Eso es lo que pasaba con el cine español del llamado destape: que reflejaba a una sociedad, a pesar de que trataba de eludirla o caricaturizarla. Hablar sin querer o hablar sin darse cuenta.
Me ha ocurrido, por demás, en otros medios en los que colaboro habitualmente, en los que la especialización temática ha hecho menos imperioso el peso de los cien días de aislamiento y zozobra. Y por ello los contenidos han podido desplazarse por la periferia del dolor, sin las arremetidas de la pandemia, sin la estadística del contagio y sin los ecos de la morgue helada.
Sólo al final de estos días de confinamiento y espesura, la escritura ha remontado cierto vuelo y ha respirado sin jadeos. Y ha permitido levantar la mirada como si no hubiera pasado nada, como si no hubiera habido un Mirar hacia adentro. O como si lo fingiéramos.