Antonia Cortés

Desde mi ventana

Antonia Cortés


Feliz Navidad

24/12/2020

A última hora decidió anular su billete de avión. Estas Navidades tocaba no volver a casa, no reencontrase con sus amigos y no comer turrón ni polvorones. Tampoco habría despedida del año con toda la familia, con las mismas bromas, como el apagón de plomos cuando las campanadas están a punto de empezar, y los mismos rituales -que no sirvieron de mucho al despedir el 2019- para que el año que llega esté lleno de salud, viajes, planes, alegría y sueños cumplidos.
Había esperado hasta el último momento para tomar la decisión mientras los recuerdos se amontonaban. Esa Navidad de su niñez que mezcla el olor de las castañas asadas con las zambombas y los villancicos, que trae las primeras salidas nocturnas de la adolescencia, que sabe a almendra y que envuelve cientos y cientos de recuerdos con la niebla típica de estos días en esta tierra manchega. 
Con el dolor en el alma, apretó ese botón que decía cancelar. Sabía que era la opción más sensata, aunque no la deseada. Demasiados kilómetros de distancia, demasiados medios de transporte llenos de gente antes de llegar al destino, y lo que más pesaba: demasiados años los de su abuelo. Aquel que siempre le daba la mano para que no se perdiera entre la multitud, el que la llevaba a ver el Belén de la Plaza Mayor y le contaba distintas historias, desde ese castillo de Herodes el Grande, el rey que mandó matar a los niños para así acabar también con la vida de Jesús, hasta la estrella que fue guiando desde Oriente a los Tres Reyes Magos. Y ella le miraba mientras apretaba fuerte su mano para sentir su protección, su calor. Tardes entrañables llenas de luces de colores y música que apaciguaban el frío y llenaban las calles de esa ilusión mágica que crece en estas fechas.
Tras realizar los trámites de cancelación, llamó a casa. Sus padres apoyaron su acertada decisión; el abuelo, curiosamente, aun sabiendo porqué lo hacía, no del todo, aunque calló. La tristeza es libre y ese fue su sentimiento al saber que esta vez su nieta no vendría y que la próxima, quizá, fuera él el que se ausentara. Es difícil ponerse en la cabeza de quien sabe que ya empezó la cuenta atrás. Es terrible tener que renunciar a lo más deseado a esa edad: un abrazo.
Días después, mientras desayunaba, llamaron a la puerta. Se extrañó, pues no esperaba a nadie. Era un mensajero vestido de Papa Noel que, al menos, la hizo sonreír. Pronunció como pudo su nombre y le entregó un paquete procedente de España. No podía creerlo, ahí estaba la zambomba que le compró su abuelo muchos años atrás y que cada Nochebuena tocaba como si fuera una tradición, unos cuantos turrones, una foto y una hermosa carta cuya caligrafía cargaba el peso de los años y un inmenso amor. 


Feliz Navidad