Antonia Cortés

Desde mi ventana

Antonia Cortés


Dejarse llevar

05/05/2022

Es un día cualquiera. La jornada laboral ha terminado y descansa en casa. La televisión cuenta lo de siempre. Nada bueno. La radio tampoco la seduce en esos momentos. Pone música de fondo. Un DVD que cualquier día morirá como han ido muriendo otros aparatos eléctricos que 'chivan' los años que va teniendo su jefa. Un poco de blues y muchos recuerdos.
Al lado del sofá, una columna maravillosa de libros parece que grita. Es la columna de los elegidos. Unos todavía no han sido leídos, suelen ser las últimas adquisiciones. No hay dos sin tres y, a veces, tampoco tres sin cuatro. Cada uno tiene sus caprichos, sus manías, sus locuras… Cuando ya no caben y se siguen comprando, esa falta de cordura maravillosa es la que se impone. Los nuevos se mezclan con los que ya han sido leídos, con los que no se volverán a leer. Le gusta tenerlos cerca. Hay un tercer bloque, sin orden ni disciplina, son los que sí están en la lista de los acabados, pero podrían volver a sus manos en cualquier momento. Ahí están los libros de poesía, relatos y artículos periodísticos. Aquellos que roban un tiempo maravilloso, pero limitado cuando este no sobra. Unos segundos y se saldrá de casa con los últimos versos en los labios; esos minutos antes de ser recogida en la puerta de casa que permiten recordar aquella historia de Jorge, el protagonista de un interesante cuento; o aquella columna tan buena que comentarás al llegar donde has de llegar. Robo o regalo.
Tiene todo el tiempo del mundo antes de ir a la cama y tres elecciones interesantes. Comenzar, recordar, olvidar. Nada queda en el olvido a no ser que ese sea el lugar que se le quiere dar. No, no coge ningún libro. Con las rodillas empuja la mesa que hay delante del espejo y la pega al sofá. El salón no es ni tan grande como quisiera ni tan pequeño como lo ve. La realidad se convierte en lo que uno cree o en lo que quiere creer.
De pequeña, el camino de la plaza a su casa era interminable. En su horizonte, se hallaba al final de una cuesta empinada y solitaria. A veces, hasta corría por miedo a ese silencio en mitad de la nada. Años después, descubrió la inexistencia de esa realidad sentida. Y cronometró el tiempo que se tardaba, y no pasaba de tres minutos. Ciento ochenta segundos que para una niña de 8 años significaban la concentración de todos los peligros juntos. Incluidos los lobos, que, aunque nunca los vio, decían que existían. Y es que cada uno tiene su verdad…
No toca leer. No toca estudiar. No toca trabajar. No toca cenar… Mira el espacio. Suficiente, piensa. Se quita el coletero y deja su melena suelta. Cierra los ojos y comienza a moverse, lentamente, con timidez pese a estar sola. Dejarse llevar… Un poco de blues y muchos recuerdos.

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