Fernando García Cano

Eudaimonía

Fernando García Cano


¿Democracias liberales?

07/05/2021

Una reciente sesión de trabajo de un grupo internacional de investigación, formado por constitucionalistas italo-españoles, analizó las causas de la erosión democrática que viven muchos países occidentales desde la caída del Muro de Berlín. Tras la crisis financiera de 2006 el retroceso democrático se ha acentuado y parece haberse producido una transición inversa a la acontecida en la segunda postguerra mundial, que llevó hacia la democracia constitucional a tantos países que vivieron regímenes no liberales durante décadas. La prestigiosa profesora Tania Groppi aventuró algunas causas externas de ese proceso y otras internas a las propias democracias constitucionales. Mientras que entre las primeras la globalización ocuparía el puesto principal, entre las segundas habría que distinguir las siguientes: una crisis de representación política, una crisis de las ideologías, la aparición de las nuevas tecnologías de la información, el aumento de las desigualdades en el seno de las sociedades democráticas y la sustitución del pluralismo en sana convivencia por la polarización que fracciona y sectariza las sociedades.
Ante semejante panorama las posibilidades de respuesta al reto que supone afianzar el constitucionalismo democrático pasa por señalar algunos remedios. Entre ellos, la misma profesora, sugería los siguientes: reproducir procesos representativos y colaborativos entre naciones a nivel global, semejantes a los que están llevando a cabo los organismos de la Unión Europea; revitalizar la representación política en todos sus niveles; ofertar la contribución del derecho a la convivencia social y apostar por lo que la tradición constitucionalista de los derechos sociales ha aportado a la generación de una auténtica fraternidad y al crecimiento personal. Siendo conscientes de que la inequidad es la raíz de todos los males sociales es necesario reavivar esa tradición de derechos sociales, a la que tanto contribuyó el famoso jurista italiano Piero Calamandrei.
Por su parte el profesor Carlos Flores analizó el origen de la expresión democracias iliberales, que utilizó en 1997 por primera vez el polítólogo Fareed Zakaria en un famoso artículo para la revista Foreing Affairs. Esa expresión sigue dando mucho que hablar a la hora de analizar el deteriorado estado de las democracias constitucionales en varios países. En concreto la deriva hacia un autoritarismo plebiscitario, como el que se ha producido en Hungría con Orbán y en Polonia con Kaczynski, sólo se entiende desde la intervención del poder judicial por parte del poder ejecutivo de ambas naciones. El caso de algunas democracias aparentes habría que calificarlas como verdaderos autoritarismos plebiscitarios, porque sólo cabe llamar democracias liberales a las que salvaguardan una verdadera división de poderes y garantizan el respeto a las minorías. Esos regímenes políticos practican periódicamente elecciones libres, justas, reguladas y competitivas que impiden trucar el sistema democrático con prácticas pseudoliberales, a las que algunos se atreven a denominar democracias iliberales. ¿Qué significa esa expresión? En realidad se trata de un oxímoron, o sea, de una contradicción en los términos, lo que en lógica se llaman quiddidades paradójicas (p. ej. círculo cuadrado). La democracia no puede ser iliberal, como pretenden algunos regímenes híbridos o de difícil calificación política. Si lo que se quiere es buscar modelos alternativos a la democracia liberal no hay que jugar con las palabras, tratando de llamar democrático a lo que en realidad habría que llamar populista.
En el debate posterior a las intervenciones de ambos profesores una conclusión pareció ser compartida por la mayoría: la constatación de que la participación política se ha visto sesgada desde que se ha generalizado la intervención directa de la ciudadanía en las  redes sociales. Ese flujo de opiniones vertidas en los medios, bien de manera individual, o bien inducido por diversos grupos de presión, no contribuye a generar verdadera participación política en los cauces institucionales ni en los diferentes partidos políticos. Lamentablemen- te las nuevas posibilidades tecnológicas para la comunicación social llevan a un empobrecimiento de la sociedad civil, cuando podrían conseguir justo lo contrario, o sea, una mayor implicación en los problemas que a todos nos atañen. Esos problemas no reclaman indignación mediática en los móviles, sino aportaciones constructivas y eficaces que permitan la colaboración mutua, sin hostilidades verbales que falten al respeto básico a la dignidad de todas las personas. Aunque pensemos distinto las personas nunca seremos enemigos, sino tan sólo adversarios o contrincantes políticos.