Francisco García Marquina

EN VERSO LIBRE

Francisco García Marquina


El innombrable

25/05/2021

Se dice que Dios es inefable, es decir que nadie puede nombrarle, pero no es por respeto sino porque cuando alguien empieza a hablar de Él acaba hablando de otra cosa. Y esa otra cosa es siempre uno mismo. En este caso es más evidente el dicho de que cuando observamos o hablamos de algo o alguien, el resultado es que esas cosas no se ven como son, sino como somos. Especialmente cuando el término de la relación es un objeto mental, que ahora es Dios.
El hombre dispone de dos disciplinas para desentrañar a Dios, que son la teología y la religión. Los teólogos tratan de averiguar qué o quién es Dios. Las religiones son actitudes psicológicas y propuestas sociales para que el hombre trate con la divinidad. La gran diferencia entre teología y religión es que las Iglesias y los ritos son reales sobre un Dios hipotético.
La teología pretende hacer ciencia sobre algo que no es científicamente experimentable y, por pura lógica, están lejos de conseguirlo. Los críticos más mordaces dicen que, aunque se demostrara que Dios no existe, los teólogos seguirían en sus cátedras. Las religiones son respuestas humanas que sí pueden ser objeto de estudio histórico, psicológico y social.
Nadie es capaz de probar la existencia real de Dios -sea lo que fuere- pero, como concepto, tiene una vigencia absoluta. En ese nombre la humanidad ha hecho gestas y heroísmos tanto como guerras y atrocidades. Parecería cierta la broma de que la creencia en Dios fuese más alta que el Altísimo y más poderosa que el Omnipotente.
Ante la existencia del mal, los crímenes, las injusticias y las guerras, cada día hemos de dar un paso atrás, un margen de tolerancia, para que Dios siga existiendo. Y, en efecto sigue existiendo, pero continúo hablando de la creencia en Dios, no de su realidad.
Si todo lo que tiene nombre existe, es innegable que Dios es, aunque no sepamos el modo y manera. Hay una proposición firme que, uno por otro, hace existentes a ambos pues o Dios es el creador del hombre o el hombre es el creador de Dios.
En la esencia humana está la creencia en una trascendencia. La creencia en un Dios no es una cualidad accidental sino una cualidad esencial, y deshacerse de esta creencia le resultaría tan difícil al hombre -escribió Darwin en su Autobiografía- como para un mono desprenderse de su temor y odio instintivos a las serpientes.
La creencia en él es un efecto de la necesidad de que exista. Dios hace falta para comprender al ser humano; sin Él no entenderíamos por qué estamos aquí. Le necesitamos para preguntarle por nosotros, para saber quiénes somos y qué va a sucedernos en el más allá
Si esta semana estoy dedicando mi columna a Dios es porque se acaba de presentar en Madrid mi último libro de poesía ‘No sé qué buen color’, editado por Lastura en donde he tenido el atrevimiento de hablar del innombrable.