Antonio Pérez Henares

PAISAJES Y PAISAJANES

Antonio Pérez Henares


El doctrinario del rebaño

12/11/2021

Me sucede cada vez más. Me paso un par de semanas por el campo y mis alcarrias y cuando regreso ni quiero saber, ni escribir ni oler siquiera lo que ahora llaman política. Luego ya me voy haciendo al gas tóxico y a nada me sorprendo leyendo algo que la toca y hasta escribiendo sobre ello. A la recaída de tragarme una tertulia o un programa basurero de la tele no he llegado todavía y ahí, por el momento, y espero que, para siempre, mantengo la absoluta abstinencia. Es olerlo y entrarme una mala gana que me hace apretar al instante el botón de huida y desenchufe.
Supongo que con el tiempo la cosa se me irá pasando, aunque ya va para dos años. Pero ahora es un verdadero repelús, lo reconozco. Es una reacción parecida a esa de haberse pegado uno tal atracón de algo, por lo que tuvo, también lo confieso, una afición excesiva y haber sufrido tal entripado por su causa que ahora no puede verlo ni en pintura.
Lo malo es que resulta, no se crean, muy difícil sustraerse a ello. Porque se cuelan por todos lados, a cada instante y no hay manera, en muchos casos de escapar a su acoso. Hay momentos que parece que lo ocupan todo y que no hay ni un resquicio vital ni cotidiano en que uno se puede sustraer a ello.
Y es de eso, o sugerido por ello, es de lo que hoy quiero escribir. Hasta qué punto todos nuestros actos, todo el discurrir de un humano de nuestro tiempo y espacio, está de tal manera supeditado a tal cantidad de normas, preceptos, obligaciones y mandatos de obligadísimo cumplimiento que es cualquier cosa menos algo que merezca el calificativo de libre.
El homo sapiens como individuo es, cada vez más un ser por completo, y en todos los aspectos de cualquier tipo, desde el social, que aun tendría un pase, al personal e íntimo, regido y sometido a lo que se ha venido a considerar como pauta estricta, bajo multa, sanción o rechazo, del rebaño. Como rebaño estabulado, diría incluso.
No entro en las grandes categorías de convivencia. Que hasta ahí es comprensible, si queremos vivir en sociedad. No es eso que todos alcanzamos a entender, de no matar ni violar cuerpos o libertades de los demás. No ahora los mandamientos progrecráticos van por otro lado y ya entran, no es broma, hasta en como ya no solo debe y de qué hablarse y como sino hasta de cómo ha de mirarse, pues la mirada ya es altamente sospechosa de pecado. Eso y todo. Lo que debes comer, lo que debes comer, lo que debes respirar, por lo que debes sonreír y por lo que apenarte y ser muy, muy solidario, como, cuando y que amar y que odiar, que puede o no gustarte y que cosas has de ocultar para no ser arrojado a las tinieblas exteriores o condenado al ostracismo.
Y hay algo aún más grave. Es que lo aceptamos sin rechistar y Hasta miramos con escándalo a quien osa salirse de la parva, que suele ser, que cosas, pretender actuar con normalidad y en la normalidad de hasta ayer mismo. Porque ahora, piénsenlo. Es lo anormal y el esperpento lo que manda y se convierte en hegemónico y obligado. De tal manera nos hemos ido sometiendo a todo que el vivir por entero engrilletados a una norma para cada segundo o acción en nuestras vidas lo consideramos el mayor de los avances de la humanidad.
Pues a mí, perdonen, cada vez me aprieta más la argolla. Y estoy de los balidos a coro de las ovejas buenas hasta los mismísimos pelos. ¡Es que ya ni te dejan salir a pastar un poco al prado, ni siquiera vigilado por el perro!

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