Aurora Gómez Campos

Aurora Gómez Campos


Mi hermana

04/11/2020

Un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal te ha derribado», de Elegía a Ramón Sijé, (Miguel Hernández, 1936). Mi hermana y yo caminamos juntas de la mano. En una barca pequeña y oscilante, yo achico el agua que entra por la tormenta y ella ríe haciendo agujeros en el casco. Es mi hermana, mi querida hermana con la viajo en el coche y que, cuando estoy a punto de dormirme conduciendo, me canta una nana. Serena, tranquila, me coge la mano y apacigua la contrariedad: nada es más importante que ella. Así es. Se sienta encima del paquete de tabaco y en la taza del tercer café esperando cada palpitación de más. Entonces me saluda: «Hola, soy yo, tu hermana. La que camina contigo».
La mañana que quedé sin pulso en el hospital, ella se sentó a los pies de la cama haciendo punto con un ovillo negro que rodaba por el suelo. Viene conmigo cuando nado en el mar muy adentro y me espera en cada ola. Me saluda por la calle, a lo lejos, «¡Eh, soy yo!, no te olvides, iré pronto», «vale» le digo, «da recuerdos» Y se parte de la risa.
Mi hermana, mi querida hermana. Pronto me enseñó cómo era la última caricia del Sol. Ese día íbamos tres y, según los partes médicos, yo estaba invitada a irme. Pero en esa ocasión hizo tarde. A veces no es puntual.
Su vestimenta normal, su voz normal, su ausencia de trascendencia y seriedad es lo más extraño en ella. En su compañía, todo es tan simple que asusta. Cuando viene no suenan siete trompetas apocalípticas, ni las nubes se humillan en el suelo. Todo sigue en su sitio, macabramente inherte. Los muebles, los retratos, la casa, nada se ha movido porque -como ella misma dice- yo no soy importante». Y el hambre que da la pena, y la pena que da seguir viva, y lo corta que es la vida tarde lo que tarde en llegar.
Mi hermana, mi querida hermana, viene conmigo de la mano. Nunca me deja sola ni a solas aunque se me olvide que está ahí incondicional y cierta. Me recuerda que no es necesario que me suba en el alambre de un funambulista para venir a verme porque siempre está aquí, conmigo, tejiendo su ropón negro para mí. Parece una madre antigua de aquellas que hacían punto muy deprisa. Vuelve a reírse cuando se lo digo y sigue tejiendo.
Mi hermana, la que siempre camina a mi lado, quien coge mi mano y mis ideas y vuelve pequeñas las quejas y demandas. Mi hermana me recuerda la vida que hay en el viento y lo grande que es un gato que cruza la calle. Solo un apretón suyo me pone los ojos en el envés de las hojas, verdes, verdes, y todo es calma. Vale, camina conmigo, te acepto, pero dame tiempo para quedarme en paz y para reírme mucho con mis amigos. Dame tiempo para leer todos los libros que no he leído todavía, dame tiempo para entender y olvidar y, sobre todo, dame tiempo para disfrutar cuanto pueda de la voz de quien me quiere.

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