Personajes con historia - Alfonso del Jordán

Alfonso del Jordán, el príncipe de los trovadores


Era nieto de Alfonso VI, como su primo Alfonso VII, y aunque no nació en España ni en ella poseía castillos, sino en Tierra Santa, no tuvo ‘El Emperador’ ni mejor amigo, ni mas avezado embajador ni más leal aliado

Antonio Pérez Henares - 29/03/2021

Alfonso Jordán era nieto del gran Alfonso VI. Este, amén de cinco esposas, tuvo unas cuantas amantes y una de ellas, la primera y principal de todas, fue la berciana Jimena Muñoz. A sus hijas las consideró Infantas y en honor a tal rango a una Teresa la casó con Enrique de Borgoña y le entregó el condado de Portugal. Su hijo Alfonso Henríquez fue quien se proclamó ya Rey, consumó su independencia de la corona leonesa y fundó la dinastía. A la segunda, Elvira la casó con el poderoso duque Raimundo IV de Tolosa y marqués de Provenza, que siempre había apoyado a Alfonso VI en sus campañas. Fue la boda allá por el año 1094 y la joven leonesa que acababa de cumplir los 15 años marchó a vivir a la exquisita corte provenzal donde florecía la música y la poesía y encontraban siempre acogida los juglares. Pero poco iba a durarle aquella vida y pronto iba a embarcarse en una gran aventura rumbo a Tierra Santa.

Raimundo fue, acompañado de su joven esposa, de los primeros en responder a la llamada de aquella primera cruzada que acabaría por conquistar Jerusalén cuatro años después, el 15 de julio de 1099, tras un duro asedio donde la sabiduría militar del duque Raimundo fue decisiva. Las tropas le ofrecieron la corona pero el de Tolosa la rechazó aduciendo que sería una blasfemia hacerse coronar rey en Tierra Santa donde había vivido y muerto coronado de espinas, el salvador y rey de reyes.

Raimundo y Elvira partieron hacia Trípoli, donde el duque hizo construir el fortísimo castillo de Monte Peregrino, para amparar a quienes viajaban a los Santos Lugares y en el fue a nacer en 1103 su primer hijo, un varón a quienes pusieron en honor del Rey leonés Alfonso y al que añadieron el de Jordán por haber sido bautizado como Jesucristo en las mismas aguas de aquel río. 

Dos años después la desgracia se cebó con Raimundo, que murió en un incendio en su propio castillo y madre e hijo hubieron de abandonar Trípoli rumbo a Francia, para buscar allí amparo pues en territorio cruzado Guillermo de Cerdaña había usurpado sus derechos y sustituido a la casa de Tolosa. El medio hermano de Raimundo, fruto del anterior matrimonio del duque, Bertrand, les dio cobijo y nombró al niño conde de Rourge, dando a madre e hijo todo lo necesario para que se acomodaran en su corte mientras el emprendía viaje con sus tropas hacia Trípoli para restablecer el dominio de su estirpe en tal lugar lo que consiguió prestamente. Pero fue efímero su mandato pues tres años después (1112) falleció quedando al frente del condado de Trípoli su hijo Ponce, mientras que en los señoríos de Tolosa y Provenza la herencia recayó en el jovencísimo Alfonso Jordán con tan solo 11 años de edad. Y aprovechando su corta edad el duque Guillermo de Aquitania, que en teoría era su regente y tutor invadió su territorio. Pero eso no iba a acobardar al joven Alfonso Jordán, quien esperó a tener una mayoría de edad y ya a los 15 años logró recuperar parte de la herencia y al cumplir los 20 ya lo había conseguido en su totalidad aunque aquello le costara hasta una excomunión por parte de Papa Calixto II por haber expulsado el de Jordán a los traidores monjes de Saint-Gilles que se pasaron al bando de Guillermo. Pero no solo hubo de enfrentarse Alfonso Jordán al de Aquitania para recuperar el ducado de Tolosa, sino que también hubo que hacerlo con el conde de Barcelona, Ramón Berenguer III que le disputaba el de la Provenza. Y lo hizo con valentía y arrojo, derrotándolo en buena lid y expulsándolo de sus tierras pasando entonces a controlar un extenso territorio que comprendía desde los Pirineos por el oeste, los Alpes al Oriente, Auvernia al Norte y el Mediterráneo al sur. Dueño de sus señoríos, respetado en el campo de batalla y querido por sus súbditos, su corte se convirtió en un lugar alegre y concurrido por todo tipo de viajeros y de artistas, sobresaliendo los juglares provenzales que llenaban de música y poesía sus días y sus noches dulces y alegres. Era la Corte de Alfonso de Jordán un lugar luminoso y encantador, de extraordinarias y libres formas y actitudes aunque no faltara quien clamara contra ella acusándolo de ser centro de pecado, de lujuria y de vida licenciosa. Pero sus gentes lo querían, sus cortesanos lo alababan y sus guerreros lo seguían con entusiasmo al combate. De él se decía que era el primero en la batalla y en la guerra y que aún era mejor en la cortesía y el amor. 

Las traiciones de lara

Fue siempre el más querido primo de Alfonso VII y en 1126 no dudo en venir hasta Toledo para estar junto a él en su primera coronación como Rey y hacer saber a todos que podía contar con su Ejército y su brazo. Que buena falta le hizo y de inmediato a Alfonso, pues no tardó en estallarle una de las rebeliones a las que en sus primeros años de Reinado hubo de afrontar. Entre los rebeldes y haciendo cabeza se encontraba el amante de su madre Urraca, el conde Pedro González de Lara, siempre opuesto a él y que no había dejado de envenenar las relaciones entre madre e hijo hasta entrar en abierta rebelión.

Alfonso, flanqueado por el Jordán, fue contra él y lo cierto es que entre ambos primos le hicieron morder el polvo de la derrota y de la prisión, llevándolo encarcelado. Alfonso de Jordán aconsejó a su primo que lo dejara allí encerrado de por vida, pero el joven Rey, atendiendo a su poderosa familia, algunos de los cuales no habían tenido tan mal comportamiento como había sido el caso del hermano Gonzalo optó a poco por liberarlo y restituirle sus honores.

Más le hubiera valido hacerle caso a Jordán, pues a nada ya estaba González de Lara perpetrando nuevas traiciones y en la definitiva acabó por huir hasta la Corte del Rey de Aragón y ponerse al servicio del gran rival del Rey leonés. Pero no sospechaba que allí iba a encontrarse de nuevo con su particular Némesis, Alfonso Jordán.

Pues fue a acaecer que puso el aragonés sitio a Bayona y allí acudió el del Jordán a defender lo que era su ciudad. Sabedor Pedro de Lara que su archienemigo estaba allí tuvo la osadía de desafiarlo a duelo, que acabó fatalmente para el de Lara, pues poco pudo hacer ante la destreza y la fortaleza de Alfonso de Jordán. Tras derribarlo y desmontar para proseguir combate a espada y a pie, a poco el otro retrocedía ante la lluvia de golpes que sobre él se abatía. Finalmente, vencida su guardia y privado de su escudo la espada de Jordán cayó sobre el hombro de Pedro González de Lara, hiriendo la carne y rompiendo el hueso, causando además un gran destrozo en su costado. Se detuvo el combate y hubo clemencia para el vencido. Pero no la tuvo con él la muerte pues a causa de sus graves heridas no tardó el amante de Urraca y contumaz rebelde a su hijo Alfonso en perecer.

Algunas derrotas también sufrió y una de justicia, pues intentó hacer contra la pequeña Emegarda, niña y huérfana vizcondesa de Narbona, lo que habían hecho con él y pretender arrebatarle sus dominios. Pagó siendo derrotado y hecho prisionero viéndose obligado a devolverle lo que le había arrebatado. En toda historia hay un borrón.

Pero ello no impide que Alfonso Jordán fuera el mejor y el más galante de los caballeros y el más leal con Alfonso VII, a quien de nuevo vino a visitar y a participar en cierta manera de su triunfo cuando se produjo su coronación imperial a donde llegó acompañado de la más lucida corte que la ciudad de León contemplara jamás. Todos se hicieron cruces de los ropajes, de la hermosura de las damas, del ingenio y la gracia de los trovadores y juglares y de la destreza de los músicos. Alfonso Jordán se postró ante su primo y se declaró su vasallo, como reconocieron también el Rey de Portugal, el tercero de los primos, aunque con la boca pequeña, y el resto de los reyes cristianos de España, aunque no fuera más que un vasallaje formal. Pero al doblar la rodilla Alfonso de Jordán, su primo acudió presto a levantarlo y abrazarlo. El de Jordán se declaró vasallo del Emperador, pero León se rindió a los pies del de Jordán y de aquellas extraordinarias gentes que le acompañaban. Sobre todo del trovador provenzal cuya fama y canciones comenzaron a ser cantadas por doquier y cuyas rimas y servicios se disputaban todos: Marcabrú. Solo había otro que le hiciera sombra a aquella celebridad en los escenarios y cortes del medievo: Alegret . Su pugna despertaba tanto encono entre sus seguidores como aquella de los Beatles y los Rolling. 

Alfonso del Jordán volvió en varias ocasiones a España y desde luego no quiso de ser peregrino y llegarse hasta Santiago de Compostela a lo que dedicó su último viaje por nuestra tierra en la que amén de cumplir con su promesa aún le dio tiempo para mediar y resolver en un conflicto que había estallado entre su primo el Emperador y García VI de Pamplona y que él con su energía y buenas dotes diplomáticas concluyó por resolver.

Una extraña muerte

Fue a morir a la postre a la tierra donde había nacido, a Tierra Santa. Para levantar la segunda excomunión papal que le había caído al principio de la herejía cátara y no hacer demasiado por combatirla, se enroló para que se la levantaran en la segunda cruzada y partió hacia los Santos Lugares en el verano de 1147. Logró llegar a Acre y avanzó hasta Cesarea, pero allí fue a morir en extrañas circunstancia. Voces surgieron de que no lo había hecho de muerte natural pues era todavía fuerte y vigoroso a sus 45 años sino que había habido una mano envenenadora de por medio y que ella podía bien haber sido la esposa del Rey Luis VII de Francia, Leonor de Aquitania, y que luego lo iba a ser del Rey Enrique II de Inglaterra, madre de Ricardo Corazón de León y de nuestra Reina Leonor de Plantagenet y de Castilla. La aquitana era una vieja enemiga desde que el entonces muchacho le infligiera las más duras y dolorosas derrotas para recobrar sus feudos. Así murió el más galante caballero y el príncipe de los juglares, Alfonso de Jordán, en Tierra Santa, para mayor lustre a su leyenda. Dejó dos hijos varones que le heredaron, Raimundo en el ducado, y el pequeño Alfonso al que así llamó en homenaje a su primo al que fue tan leal.