Ramón Horcajada

Edeumonía

Ramón Horcajada


Un experimento mental

11/03/2022

Una de las aportaciones más famosas a la filosofía política del siglo XX ha sido el llamado «velo de ignorancia» de J. Rawls, ficción imposible de poner en práctica pero que ha suscitado numerosos debates entre los filósofos y demás especialistas. Más o menos vendría a decir lo siguiente: supongamos que todos los individuos que vamos a tomar parte en la toma de decisiones políticas, económicas y sociales de nuestro mundo nos encontrásemos bajo un velo de ignorancia. Ninguno de nosotros sabría en la sociedad que queremos construir cuál va a ser su raza, género, clase social, país, etc. Debido a ese velo de ignorancia, el reparto lo haríamos de la manera más equitativa posible, ya que con eso nos estaríamos asegurando de que los derechos y bienes necesarios para vivir dignamente, una vez levantado el velo, formasen parte de nuestro patrimonio personal estuviésemos donde estuviésemos. Dicho de otro modo: como no sé qué lugar ocuparé en la sociedad ni a qué grupo perteneceré, haré el reparto asegurándome de que cuando me quiten ese velo que me cubre no me falte lo necesario para vivir con dignidad.  
Este argumento lo ha usado recientemente Markus Gabriel en su libro Ética para tiempos oscuros aplicándolo a otro experimento mental bautizado por él mismo como la «máquina del tiempo nazi». Imaginemos que a un neonazi acérrimo que desease instaurar de nuevo la dictadura nacionalsocialista le ofreciésemos el acceso inmediato a una máquina del tiempo que le permitiese regresar a 1941. Nuestro neonazi puede sentir una alegría profunda por ello, pero el artilugio tiene una condición: no envía al pasado a la persona que somos en la actualidad, sino que nos convierte en cualquier persona de las que vivía en la Alemania de entonces. ¿Quién será, entonces? Quizás Hitler, Eichmann o el mismo Heidegger, pero también puede ser Ana Frank, Hanna Arendt, Primo Levi o cualquiera de las víctimas de los campos de exterminio. O quizás incluso uno de los jóvenes que murieron en el frente de batalla nada más comenzar la guerra. 
Lo mismo puede pasarle al joven comunista que enarbola la bandera de la hoz y el martillo. Puede soñar lo que quiera, pero si lo metiésemos en lo que podemos llamar nosotros siguiendo a Markus Gabriel la «máquina del tiempo comunista», no sólo podría ser Stalin o Lenin, también podría ser Trotski, Bujarin o cualquiera de aquellos millones de desgraciados que murieron en el Gulag sólo por ser sacerdotes, judíos o por intentar decir algo distinto a lo dicho por el dictador. Podemos incluso actualizar la cuestión: nuestro joven comunista podría ser cualquiera de los ciudadanos que sufren actualmente las condiciones del sistema legal de países actuales como Cuba, China o Corea del Norte. Estoy convencido de que muy pocos de esos que enarbolan la bandera de la hoz y el martillo se trasladarían libremente a estos países para ser juzgados por determinadas cuestiones (por ejemplo, por homosexualidad). 
El espectáculo es ridículo y bochornoso. Basta un pequeño experimento mental para ser conscientes del absurdo de determinados planteamientos, el absurdo de quienes aprovechan la libertad y la democracia para jugar a eliminar ambas en nombre de principios miserables e inhumanos, principios que se tornan en inasumibles con sólo pensar en que yo podría ser otro. 
La democracia tiene sus límites, no en vano siempre se ha dicho en ámbitos académicos que es el sistema menos malo que tenemos, y uno de sus límites es tener que convivir con seres que por ignorancia, infantilismo o maldad aprovechan el respeto de los demócratas y de quienes realmente creen en la libertad para jugar a ideales nauseabundos que realmente no querrían para sí mismos.
Revivir la democracia en tempos oscuros es revivir al tú, ese otro que yo podría haber sido y para el que no puedo querer lo que no querría para mí. Aquí se nos presenta de manera clara y sencilla lo inmoral de muchas acciones, la salida a tantos y tantos relativismos de los que hemos hecho gala durante tanto tiempo. Renovar nuestro mundo pasa por una profunda conversión al otro, al tú, ese gran desconocido que perdimos por el camino hace mucho tiempo.