Javier López

NUEVO SURCO

Javier López


Ana Blanco o la nueva era

21/09/2022

La semana pasada hablábamos de un  tiempo que se nos queda definitivamente periclitado con la muerte de Isabel II del Reino Unido. Todo son síntomas de que un ciclo ha terminado, con todos sus reinados, y otro comienza definitivamente, con mimbres distintos y distantes a los acostumbrados. Tenemos también nuestras particulares reinas que se van: Ana Blanco, más de treinta años invariablemente en nuestro cuarto de estar, todos los días de labor, a la misma hora. Reinas particulares y cotidianas, sin trampa ni cartón.
No me imagino a Ana Blanco gastando ni un minuto de su tiempo libre en hacerse selfies en las inmediaciones de Torrespaña para subir luego a redes veinte fotos diarias en todas las posturas y a todas horas. Es la diferencia entre ella y la nueva era. Ella se ha puesto durante tantos años todos los días ante el teleprónter con la misma actitud, exactamente con la misma, con la que el albañil se coloca ante el andamio a primera hora de la mañana. Sin más, algo complicado en un oficio como el suyo tan dado a la  ganga y a la vanidad. En cambio, hoy hay presentadoras de informativos serios, incluso muy serios,  que te enseñan en Instagram el camerino y la chaquetita que se van a poner ese día. Al minuto, claro, tienen ya 5624 likes. Es lo que hay. Es la diferencia entre Ana y la nueva era.
Como Isabel II, Ana Blanco transitaba por un tiempo en el que seguía siendo la reina en un terrero que ya no era el suyo, transitaba como testimonio valioso de un tiempo definitivamente periclitado que a muchos nos ha pillado con el píe cambiado o con un pie en cada lado, que puede ser la mejor o la peor de las soluciones, dependiendo del ángulo de visión. Sin embargo, los que están plenamente en la nueva era reverencian a los emblemas del tiempo periclitado, sin crítica alguna, les reverencian pero no les imitan porque les resultan totalmente ajenos en sus formas, en sus disposiciones, en sus actitudes
Ana Blanco ha sido un símbolo de continuidad en nuestro últimamente convulso país, algo así como la titular de una monarquía televisiva cuyo sostenimiento se fundamenta en el buen hacer, la discreción y la permanencia. Transversal, transgeneracional, la monarquía perfecta. Nos costará dejar de verle a una hora en punto. Si es necesaria una televisión pública de carácter nacional para vertebrar un país, mucho más en uno tan necesitado de elementos cohesionadores como el nuestro, también lo es que haya caras emblemáticas que pongan sello a esa gran empresa de interés público. Veremos si la monarquía de Ana Blanco es hereditaria o queda vacante en la nueva era. Es difícil permanecer durante tantos años, es difícil también aguantarlo sin descomponer el rostro, sin variar las actitudes, sin romper un guión de vida para delante y detrás de la cámara.
No es una anécdota entre otras, la retirada de Ana Blanco de la primera línea; es un síntoma más del tiempo que estamos viviendo, quizá de los últimos. Faltaba ella y su decisión de no continuar para completar el cuadro de un cambio profundísimo que terminará por dibujarnos un país distinto y muchas veces distante de lo que hemos sido en las últimas décadas, hasta que todo comenzó a estar en movimiento. No es algo anecdótico, encierra todo un simbolismo de lo que nos está ocurriendo. Va incluso mucho más allá de la propia valoración del personaje (sin duda una grandísima profesional en lo suyo, la presentación de programas informativos). Si Ana Blanco va a dejar de ser una compañía cotidiana es porque otras muchas cosas que han formado parte de nuestra vida durante el tiempo periclitado también han dejado de pertenecer a nuestro universo de referencias. Nada más emblemático que una presentadora de televisión que parecía perenne e invariable para certificar el cambio de tiempo.
Seguirá en su línea, anuncia que se hará cargo de presentar un programa informativo. La hemos visto en la despedida de Isabel II, al pie del cañón, y al servicio de TVE. Otra anomalía en el tiempo de los grandes egos disparatados: una mujer cuyo objetivo prioritario ha sido ser una trabajadora cumplidora y eficaz de una empresa pública, como si lo demás le hubiera resultado absolutamente ajeno. Una anomalía que se hacía cada vez más evidente en la nueva era de la confusión total  en la que nada es lo que parece y la apariencia se convierte en ley.

Si hasta Ana Blanco va a dejar de ser una compañía cotidiana es porque otras muchas cosas de nuestra vida han dejado de pertenecer a nuestro universo de referencias»

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