Ramón Horcajada

Edeumonía

Ramón Horcajada


Schopenhauer

21/10/2022

A lo largo de este verano, recibí en mi teléfono un meme que me resultó genial. Era el rostro del filósofo Schopenhauer (¡cuidado con esa cara!) y una frase que rezaba así: «En la vida hay dos tipos de personas: huye de ambas». Es buenísimo y refleja de forma bastante fiel el espíritu del autor alemán, autor por el que tengo cierta debilidad. Es cierto que no fue la alegría de la huerta, pero conocer su filosofía es conocer el alma de un hombre que descendió a los infiernos, y un hombre así siempre tiene algo que aportar. 
Arthur Schopenhauer fue un hombre terriblemente independiente. Jamás buscó el aplauso de nadie, fue valiente despreciando el hegelianismo de su época, incluso se enfrentó al propio Hegel en la defensa de su tesis doctoral, y fue un hombre solitario. Lector de Platón y Aristóteles en griego, de Cicerón y Séneca en latín, de Baltasar Gracián, al que adoraba, en castellano, vivió como algo especial el descubrimiento de las Upanisad, libro que le acompañaría el resto de sus días y del que todas las noches rezaba: «Que todos los seres se vean libres de sufrimiento», y es que toda su vida le acompañó la terrible conmoción que le supuso descubrir las miserias de la vida. De hecho, es así como confirma a un amigo de su madre que quiere dejar los negocios de su padre y dedicarse a la filosofía: «Mire usted, la vida es una cosa incierta y miserable; he decidido consagrar la mía a reflexionar sobre este asunto». 
Precisamente será la relación con su madre la que le marcará también toda su vida. Cortó relaciones con ella siendo muy joven y dedicó su vida a la investigación y al estudio ya que la herencia recibida pudo permitírselo. Jamás fue capaz de mantener una amistad decente cerca de sí, como a ninguna de sus amantes. Sólo al final de su vida, cuando le alcanzó la fama, recibió en su casa durante las mañanas a numerosas personas que querían conocer directamente al maestro.
Schopenhauer es el filósofo del pesimismo, pero pertenece también a un grupo de filósofos que dicen verdades que no gustan. Nos puso frente al sinsentido y se consideró el filósofo del futuro porque hablaba de una verdad «que no tiene prisa y puede esperar». Por eso gustó tanto a Nietzsche.
Vista cara a cara, para el alemán, la vida carece de sentido, es sinrazón absoluta, y el universo es un puro caos. No sólo eso. Si tuviese que resumir su filosofía lo diría en una sola frase: «Toda vida es sufrimiento», porque como hemos dicho antes, el dolor y las miserias de la existencia nunca le dejaron indiferente. El paso del tiempo corroe y desbarata todo, el mundo es un infierno en que todos los seres vivos padecen y en el que se hacen padecer unos a otros. No podemos negar que existen cosas bellas, pero son efímeras, momentáneas, y son bellezas que sólo pertenecen al mundo de la apariencia y lo volátil, ya que el trasfondo de todo, el ser de todo cuanto existe, es sufrimiento. La dicha o la felicidad tan sólo es un estado ocasional y ficticio. Algunos podrían reprochar a Schopenhauer que la felicidad está en la misma proporción que el dolor, pero él lo tendría claro: no se puede comparar la intensidad de la sensación del animal que devora vivo a otro con el tormento del que es devorado, son incomparables. De ahí que rotundamente afirmara el alemán que no hay felicidad que compense el sufrimiento de ningún individuo. ¿Qué felicidad, por ejemplo, compensa el sufrimiento de esa madre de Ucrania ante el cadáver de su hijo de quince años? ¿Qué felicidad compensaría el sufrimiento de ese joven en silla de ruedas con el que nos cruzamos? Y ruin es todo aquel que usa la desgracia de estos sujetos para jugar frívolamente a decirse a sí mismo: «¿No ves?, si es que hay que aprovechar y disfrutar de la vida todo lo que se pueda». Para Schopenhauer no podemos jugar con el sufrimiento, porque el sufrimiento no es manipulable. El autor alemán me marcó porque me enseñó que al sufrimiento se le encara desde lo más profundo del infierno y del dolor, como repetía también Laín Entralgo, para el que el optimismo nada tiene que aportar al ser humano. La lucha auténtica es entre la esperanza o la desesperanza y ambas pasan por el infierno, por eso ambas se reconocen cuando se cruzan por la calle, en torno a un café o contemplando un atardecer. Porque el ser humano es el ser más grande que existe, pero en su grandeza está su condena, de ahí que pueda ser también el más miserable. Es ese ser que creó las cámaras de gas y es el ser que entraba en ellas musitando una oración. 

 

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