José Luis Loarce

Con Permiso

José Luis Loarce


Ucis y bares, qué lugares

16/02/2021

Manuela Lillo y Rueda se han marcado en los dos últimos números de este periódico un estupendo reportaje sobre la UCI del Hospital General. La primera vez que La Tribuna ha penetrado en la zona límite del coronavirus, en siete páginas atinadas y pertinentes que, por encima de datos y cifras, te anudan la garganta al pulsar verdaderos latidos humanos frente a la muerte indiscriminada del alien vírico.
El mismo viernes que leíamos esta primicia, en mi ciudad, las mesas y sillas de las terrazas de los bares, amarradas durante un mes como una flota de bajura a la espera de que cediera el temporal en la mar, volvían a navegar sobre aceras y plazuelas, a expensas de una tercera ola que cedía. Nos habían abierto los muros invisibles de pueblos y ciudades, y como presos tras la abstinencia, en esta enloquecida ida y vuelta de restricciones, buscábamos acaso el tiempo perdido que no volverá.
No es tanto un juego de contrarios como la escenificación del haz y el envés de la vida. El trasfondo dual que encierra la condición humana y que esa mañana de febrero precarnavalero asistía en la plaza Mayor a la enésima protesta hostelera, esta vez con percusión a ritmo en vez de caceroleo e incluso en acción alguna bandera negra con calavera y tibias, para escenificar otra muerte diferente a la que llega con los cuerpos boca abajo, entre cables, intubaciones y monitores manejados por profesionales que también se la juegan. 
«Los bares, qué lugares tan gratos para conversar. No hay como el calor del amor en un bar», cantaba Gabinete Caligari en un tema mítico de los ochenta. El amor más imposible y romántico se evoca en el café de Rick de Casablanca; en una unidad de cuidados intensivos no es posible el aura poética, solo el combate por la vida. Uno tiene sanitarios muy cerca y conoce la otra cara de la moneda. Pero en el bombardeado Madrid republicano se abarrotaban cines y cafés, y en el París ocupado por los nazis estaban llenos los cabarets, mientras Picasso seguía pintando en uno de sus estudios parisinos aun con cierta sordina… ¿No hay más ganas de apurar la vida en sus extremos cuando la no vida es tan cotidiana? ¿Cómo sortear el deseo de lo prohibido y el descoloque psicológico en una pandemia tan real y desconocida como mal gestionada?
Los bares levantaban la persiana y esa mañana los camareros te servían su mejor sonrisa perdida, aunque escondida detrás de las reglamentarias ffp2. De reojo, nos miraba a gritos la portada del periódico.