Javier Santamarina

LA LÍNEA GRIS

Javier Santamarina


El asesino poeta

12/02/2021

Es imposible no sentir una sensación de vértigo ante la rapidez con que suceden las cosas, la velocidad que adquieren eventos que antes requerían más tiempo. Esa misma impresión embargó a muchos alemanes cuando sus tropas pasaron la frontera de Polonia al saber que nada sería igual; otra cosa es que desconocieran dónde acabaría todo. No alcanzo a imaginar lo que tenía que pasar por la mente de un judío europeo, en el centro del continente, perseguido por su fe tras generaciones de fiel cumplimiento y compromiso con la patria que le vio nacer. No puede haber mayor vacío que sentirte odiado y rechazado por los que, se supone, te conocen.

Nunca he dudado de que la libertad de expresión es un derecho tan evidente que jamás pensé que su peligro, la posibilidad de su limitación, me acompañaría en vida. Esas cosas pasaban en las épocas bárbaras en donde tiranos malévolos decidían lo que era justo. Mi imaginación se ha quedado corta, ya que es visible para todos que hay un movimiento poderoso que exige imponer un coto a la diversidad intelectual. No es una idea peregrina de algún amante de las teorías conspiratorias, sino un peso que siente cualquiera que habla o escribe en público. Si te apartas del redil acepta las consecuencias.

El gran problema consiste en encontrar adeptos a la defensa de la libertad. Los jóvenes en coherencia con la vitalidad propia de la edad no valoran la sutileza y complejidad de las ideas, porque piensan como sienten y viven como desean; la falta de perspectiva temporal les hace firmes defensores de la dictadura intelectual porque solo ellos tienen razón y cuanto antes se acabe con el arcaico pasado mejor. Ya despertarán.

Para complicar la ecuación, los liberales defensores de la propiedad privada no quieren oír ni hablar de cualquier filtro o control sobre las redes sociales y empresas de entretenimiento. Argumentan que dicha actuación es contradictoria con el bien que se quiere proteger, aunque ignoren que las empresas no digitales poseen límites sobre la reputación, la imagen u honor.

Obviar el daño desmedido que las redes sociales están provocando en la convivencia o el reduccionismo que generan y el odio que alimentan es un acto de irresponsabilidad. No todo es culpa de ellos, pues conlleva un alimento intelectual. Cuidado con cualquiera que defiende el odio y la envidia como argumento político. La pasividad se paga muy cara y podemos ser los nuevos judíos.