El día 24 de febrero amanecíamos con la noticia de que los carros de combate rusos estaban cruzando la frontera con Ucrania. Durante las semanas anteriores veníamos asistiendo a un frenético carrusel de noticias que tanto anunciaban la inminente invasión como sus correspondientes desmentidos en un continuo pulso mediático sobre el tablero de la geopolítica global y debatiéndonos aún en las postrimerías de una pandemia con la que ha dado comienzo el siglo XXI y, posiblemente también, una nueva era. Todo parecía que iba a quedarse ahí, en un juego de desafíos e intimidaciones, en un medirse las fuerzas de cara a ir asentando posiciones en el nueva jerarquía de poder mundial que se está construyendo para esta nueva era. Pero desgraciadamente los tanques entraron, comenzaron los bombardeos y nos empezaron a llegar las primeras imágenes de una guerra demasiado cerca, de los cadáveres en las calles, de la destrucción y del sufrimiento, del éxodo de mujeres y niños entre el hielo y las balas. Después de esto, en el mundo todavía hay más confusión, miedo, desconcierto y sentimiento de incertidumbre, con la única esperanza puesta en que, como no dejaban de anunciar los analistas políticos, todo acabara cuanto antes. Las espuma informativa sentenciaba que poco podía durar un enfrentamiento en el que las fuerzas estaban tan desequilibradas. No dejaría de ser una operación relámpago similar a la que llevó a la anexión por parte de Rusia de la península de Crimea en 2014. A quién no le hubiera gustado conocer cómo se ha ido gestando esta operación militar, saber cuándo empezó a madurarse en la mente de Putin, quiénes lo sabían, quienes diseñaron los planes del despliegue y el mapa de riesgo, cuándo el Kremlin dio el visto bueno, cómo se ha calibrado cada acción y movimiento, la capacidad de destrucción. La inteligencia militar y política habrá estudiado milimétricamente el despliegue de la ofensiva, se habrá calculado hasta el más mínimo detalle cada movimiento teniendo en cuenta multitud de variables, incluso hasta los más insospechadas. Y todos los datos parecían llegar a la misma conclusión: aún en el peor de los escenarios posibles contemplados para Rusia, en las circunstancias actuales, su contundente potencia bélica hacía previsible que todo terminaría rápidamente.
Pero contra todo pronóstico, contradiciendo todos los datos, sorprendente e inesperadamente, parece que todo está discurriendo de manera contraria a lo planeado y a lo que los estrategas políticos y militares del mundo entero pensaban que iba a ocurrir. Casi desde el primer momento en que los tanques rusos pisaron suelo ucraniano comenzó a vislumbrarse que esta invasión necesitaría más tiempo del previsto por los planes del autócrata ruso en culminarse. Lo inesperado, lo que nadie pensó que podía suceder ha sucedido, el "cisne negro" con el que no contaba Putin y para el que no parece que tuviera respuestas preparadas: la resistencia heroica de un pueblo, de los hombres y mujeres de Ucrania, de su territorio, de su país, su cultura, su libertad. En la era de la Inteligencia Artificial, del Big Data, del supremo algoritmo, de una ciencia que es capaz de predecir con una semana de antelación a qué hora, dónde y cuántos litros va a llover o de construir un misil con la capacidad de ponerlo en el centímetro exacto donde quieres a más de dos mil kilómetros sigue habiendo hechos que se escapan a nuestros cálculos y alteran nuestras predicciones. Lo humano es eso, que lo inesperado puede estar a la vuelta de la esquina, que en cualquier momento puede surgir lo increíble, lo nuevo. Esto es la historia, la realidad de lo intangible, la emergencia de la pura posibilidad, de que la sorpresa es posible, de la libertad frente a una naturaleza donde todo acontece previsible e inexorablemente, donde lo irremediable siempre termina imponiéndose. En la novela de John Carlin El factor humano, luego llevada al cine, se relata cómo el milagro de la paz en Sudáfrica fue posible en gran medida a la capacidad innata de Mandela para seducir al oponente y a su intención de utilizar el mundial de rugby de 1995 para sus propósitos de paz, catapultados por los abrazos de blancos y negros tras la final de este mundial. Donde parecía no haber salidas y donde parecía que todo estaba atascado, el factor humano fue la solución.