Elisabeth Porrero

Elisabeth Porrero


Mi café como sea

27/01/2021

La genial poeta María Luisa Mora escribió un soneto sobre el café que me gusta especialmente. En él dice cosas tan preciosas como: «Café para entonar la melodía/ de mis temores, mis remordimientos. / Café para la noche, cuando calla/ el silencio y se acerca la amargura».
Sin duda alguna estamos muchos adictos a esta bebida. Yo, por ejemplo, tomo como mucho un par al día, pero, al menos, necesito  tomar uno de ellos como un sagrado ritual. Si no lo tomo parece que a mi jornada le falta algo. O puede que me haya creado yo misma el efecto placebo y piense que, sin el de media mañana, me va a faltar la energía para seguir. Así es que me sentí muy identificada con este poema de María Luisa cuando lo leí. Vi perfectamente reflejado en él esa necesidad de buscar una taza como sea.
Como a mí, le ocurre a mucha gente y, sin duda, a todos los aficionados, nos ha cambiado la forma de tomarlo con esta pandemia.
Me llama la atención la transformación del paisaje urbano en este sentido. En nuestra ciudad, pequeña y cómoda, servidora no estaba acostumbrada a ver a nadie tomándolo de pie, en un banco o paseando. Eso solo ocurría en Madrid, Nueva York o en esas urbes donde se vive tan deprisa. Pero nunca en ciudades como la nuestra.
Lo tomábamos o en las máquinas de los centros de trabajo, como recordaba aquella estupenda serie Camera café. También lo bebíamos, por supuesto, en las cafeterías y bares y, si podía ser compartido con los compañeros, porque tomarlo era disfrutar, además, de un rato de expansión y desconexión. Por eso ahora sorprende el ver en nuestras calles, a eso de las once y pico o a la hora de comer a tantas personas que van con su vaso para llevar, en grupos, y o bien se lo toman mientras caminan o de pie, parados, al lado de algún banco o pequeño saliente de alguna pared. También muchos aprovechamos para tomarnos así el pinchito de turno con el que acompañamos esta bebida.
Observando esta situación valoro, una vez más, el poder de adaptación que tenemos todos y que hemos debido fortalecer tanto en estos tiempos. Sin duda preferimos tomarlo de pie, o andando o subirlo al lugar de trabajo y seguir compartiéndolo con los demás, pero no renunciar a él. Porque, tomándolo, seguimos disfrutando aunque para hacerlo hayamos perdido algo de comodidad. Cumplimos así también, eso que dice María Luisa en su maravilloso soneto y que parecía casi premonitorio: «Café que no me falte. Que me estalla/el corazón y está la Tierra oscura».”
Y, por supuesto, necesitamos seguir manteniendo la alegría que nos dan esas pequeñas cosas, que son ahora más necesarias que nunca y que ponen un punto de luz en las sombras de estos días.