Antonio García-Cervigón

Buenos Días

Antonio García-Cervigón


Ucranianos sitiados y hazañas españolas

19/04/2022

Dicen que la regla que tiene que activarse a la hora de emprender una empresa, ya sea económica para crear riqueza o de tipo bélico como se han levantado en nuestros días, para quebrar la paz mundial en la que estábamos instalados, tiene que llegar revestida de ardor, ilusión y causa justa . Si falta ardor en sus primeros pasos, lo mejor es el abandono. Y si la causa es justa, la contienda se enaltece con deseos de victoria. 
Amigos lectores, descubrimos con la invasión de Ucrania que el sátrapa de turno desea expandirse para recuperar, otrora, terrenos imperiales a toda costa y por la fuerza. Lo tiene crudo, porque los ucranianos, una vez saboreadas las ventajas ciudadanas en un país libre y soberano, no atado a los vínculos cómo hace tiempo estuvieron bajo el totalitarismo de la URSS, no están dispuestos a perder su unidad nacional. Ayer, leerían en la prensa que Mariupol resiste el asedio de las tropas rusas y desoye el ultimátum de Putin. Siguen luchando y no se pliegan a las órdenes de Rusia. 
El Ejército ucraniano seguirá combatiendo, a pesar de la amenaza de Moscú, que le conminaba a deponer las armas, «con la promesa de que se les respetará la vida y si no serán aniquilados». El Ministerio de Defensa de Kiev aseveraba que los soldados ucranianos no van a rendirse y seguirán luchando. Estos ucranianos están henchidos de patriotismo y defenderán a su país con uñas y dientes. Y evocan por su comportamiento la guerra de guerrillas que mantuvieron nuestros compatriotas en la guerra de la Independencia contra la ocupación napoleónica de 1808 a 1814 y, más remotamente, Numancia. Esta ciudad es el máximo símbolo de la resistencia y sacrificio de una ciudad que se puede llegar a igualar, pero nunca superar, según cuentan los historiadores Terrero y Regla: describen la lucha titánica de una sola ciudad contra el imperio más grande de la antigüedad. Duró diez años y fue un continuo desastre hasta que vino a dirigirla Escipión. 
En Numancia fracasaron y perdieron su prestigio guerreros como el cónsul Metelo, llamado el Macedonio, por sus triunfos conseguidos en aquella tierra; Pompeyo que, contando con 30.000 legionarios, tuvo que negociar la paz y entregar 30 talentos de plata. Otros tantos generales no se atrevieron a atacar a los numantinos. Roma, asustada y avergonzada por una sola ciudad de Hispania, tuvo que recurrir a Publio Escipión Emiliano, el mejor de sus generales. Este llegó, reorganizó y disciplinó un ejército de 60.000 hombres con trincheras y murallas e hizo imposible la llegada de ayuda exterior y toda salida. El hambre y la peste trazaron sus consecuencias calamitosas. Dice el historiador Appiano que Escipión exigió la capitulación sin condiciones, por lo que la mayoría de ellos acabaron con su propia vida antes de entregarse. Escipión, cobardemente, incendió la ciudad y marchó a Roma a celebrar el triunfo y a recibir el título de El Numantino. Así acabó Numancia, el terror de Roma, cuando era República. La historia se repite en distintos escenarios. Y en esas estamos.