Ramón Horcajada

Edeumonía

Ramón Horcajada


Sociedad postiza

30/09/2022

Según numerosos pensadores, el desarrollo vivido a lo largo del siglo XX dentro de nuestras sociedades capitalistas, ha sido el proceso materializado en el paso de un sistema de producción basado en el ahorro y el trabajo, como fue el primer capitalismo, a un segundo sistema basado en el derroche y el despilfarro, el capitalismo del consumo.

 Sin ser plenamente conscientes de la dinámica de este desarrollo, desde las más diversas esferas y desde todos los rincones de nuestro mundo, se nos ha convencido de que a lo que realmente estamos obligados por ser quienes somos es a ser felices. Así, sin más. Y se nos ha insistido tanto que nos lo hemos acabado creyendo, hasta tal punto que dicho mandamiento, el de ser felices, ha acabado siendo una condena. La ley y el orden han parecido confabularse para que cada uno de nosotros asumamos el principio de los principios: "Tienes derecho a ser feliz, estás obligado a ello".

Que esto no es nuevo lo sabemos. El sujeto del siglo XIX o de principios del XX también se lo repetía. Pero ahora señalaríamos una pequeña diferencia: si antes la felicidad dependía de uno mismo o de su ambiente, ahora la felicidad se convierte en ley, y todo se torna sospechoso y culpable si uno no es feliz. La felicidad me la deben. Y una vez que me la deben, estoy obligado a exhibirla. Ese es el epicentro de la cultura de consumo de la que hablábamos más arriba. Vivimos en la exhibición constante de una felicidad que me deben porque me la merezco. Y quien no se atreva a exhibir esa felicidad está fuera del rebaño. No se puede vivir sin enviar constantemente el gran mensaje de no parecer a gusto con nosotros mismos. Nuestras vidas deben parecer perfectas.

Todo ha ido girando en torno a este principio, desde la educación a la economía, pasando por todo lo que ustedes quieran. Pero todo supeditado al gran error sobre el que esta dinámica se asienta, el error de haber puesto todo al servicio de la felicidad, incluida la libertad. Desde una antropología más correcta, lo cual nos daría una visión más plena del dinamismo de la persona que somos, esa supeditación de todo a la felicidad no ha hecho sino hacer de nuestro mundo lo que es, un mundo de esclavos autodestruidos en busca de una felicidad que no existe, pero que se ha convertido en ley y nos la deben.

Todo esto no es otra cosa que el paso del Estado de derecho al famoso Estado de bienestar, y en él observamos que la autoimposición obsesiva de la felicidad acaba derivando en dos cosas. O en angustia, ya que se vive de constantes mandamientos irrealizables acabando siendo las criaturas más infelices por no ser felices (lo cual demuestra que las obsesiones se acaban materializando en su contrario) odiando lo ordinario y cotidiano; o en falsedad, donde el mundo se acaba convirtiendo en un gran escenario donde cada uno vive interpretando el papel de sufridor que mejor convenga sabiendo que ese papel exige reconocimiento y otorga identidad, a la par que derecho y autoestima. Es la mejor manera de vivir inmunizado a la crítica y garantiza la más absoluta inocencia. En esta opción nadie es por lo que hace, sino por lo que ha sufrido o le han hecho sufrir, y ahí tenemos al portavoz del PSOE justificando que en Andalucía nadie robó para sí mismo, casi que todo fue para hacer el bien en nombre de tantas víctimas. Y es que quien está con el que sufre, con la víctima, no se equivoca nunca. Esta es la falsedad de la que vengo hablando, de las identidades postizas que provienen del vacío pero que generan liderazgo y poder, aunque siempre nos deja con la misma tristeza, la de la desaparición de un bien positivo y creíble, aunque sea pequeño. Este es el bien que nos han robado.

Mientras que los antiguos aspiraban siempre a bienes superiores tanto a nivel personal como social, porque ambas cosas eran indisociables, nosotros nos conformamos con males menores, renunciamos hace mucho a ser sujetos éticos activos y decidimos ser sujetos pasivos, protesta y lloriqueo que no cesan.