Antonia Cortés

Desde mi ventana

Antonia Cortés


Corazones sensibles

17/11/2021

Es la quinta vez que ha sonado el móvil en menos de una hora. No lo ha cogido, simplemente porque no quiere cogerlo, porque no tiene fuerzas para hacerlo ni ganas de hablar. Puede intuir quién es la persona que está al otro lado de esa llamada, casi asegurarlo, pero sus ligeras sábanas se han convertido en imaginadas cuerdas que le tienen atado. No puede, lo malo es que tampoco sabe si quiere. Ese poder y ese querer que se funden y se confunden hasta perderse en un laberinto, hasta que vence el sueño. Dormir y despertarse. Despertarse y volver a dormir.

Podría asegurar quién llama una y otra vez sin miedo a que no contesten, con la paciencia que solo una madre suele tener, con la calma que se sabe que es necesaria, porque ya ha sido testigo de una misma situación. Lo sabe porque nadie insistiría como lo hace ella; porque nadie mostraría esa preocupación tan sana y verdadera; porque muy pocas personas le conocen en esos momentos en los que su alegría se apaga como se alguien soplara una vela. Soledad en un teatro vacío tras los aplausos del público, tras la marcha de los actores, de los técnicos, de todos. Se baja el telón, se apagan las luces…Y, ante tanto silencio, se acurruca en mitad de la nada.

Solo ella es cómplice de esas subidas y bajadas tan bruscas como una montaña rusa, tan desconcertantes como una tormenta repentina en medio del bosque.  Cambios emocionales que llegan, a veces, cuando las hojas de los árboles caen despacio hasta formar una hermosa alfombra; cuando las tardes largas de sol ceden paso a la oscuridad temprana; cuando el calor en la calle no calienta y es necesario buscar el cobijo en otros lugares; cuando la melancolía se esconde o se disfraza para aparecer en el momento más inoportuno.

Acaba de sonar de nuevo ese teléfono. Siete, ocho, diez veces… ha dejado de contarlas. No va a contestar. Ni el móvil ni el fijo. Hoy no. No sabe ni qué hora es, porque cuando empezó a notar que la fuerza se le quedaba entre los vagones del metro decidió pedir el día libre. Aún no se ha levantado de la cama. No puede, pero sabe que podrá. Tampoco quiere, pero sabe que querrá. Sigue en la cama, pero su cabeza no para de dar vueltas como una ruleta. Rojo, negro. El 7, el 34, el 22. Y el tiempo pasa.

Hace un rato que no suena el teléfono. Está casi dormido, en la misma posición. El ruido de una puerta le espabila. No se mueve hasta que le besan la frente. Abre los ojos y la ve. Es ella. El portero le ha dado la llave. Primero, se enfada y grita; luego, como un niño perdido, la abraza. Ella calla mientras acaricia su pelo con dulzura, con paciencia. Sabe que estos días tristes del otoño, a veces, juegan malas pasadas en los corazones sensibles. 

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